Sangre
03 Sep 2022
El pegajoso sabor a sangre en su boca le hacía mover sus mandíbulas constantemente, mientras se intentaba recuperar e incorporarse. A su alrededor todo era destrucción, lamentos, humo y olor a pólvora. Se agarró a la espaldera de un asiento doble del autobús, que ya era un amasijo de hierros retorcidos; al tiempo que el llanto de un bebé, que se removía incansable entre los brazos, inertes, de su madre, quien ya no podría cuidarle más, concentró su atención. Observó un extintor contraincendios y lo utilizó para romper los cristales de la ventana para sacar por ella al pequeño, recogido de inmediato por los primeras unidades de los servicios de urgencias y bomberos que llegaron al lugar. Un gran cráter en el centro del bus había hecho desparecer todo lo que, unos simples momentos antes, lo había ocupado. Al límite de ese gran destrozo reparó en los restos de Carlos, aquel cínico de aviesa sonrisa, ya convertido en un simple, y lejano, recuerdo para él, aún doloroso. Nadie podría vincularle con la muerte de aquel, al fin y al cabo, paradójicamente, él también era víctima en la misma explosión de un vehículo de transporte público. Ese pensamiento es lo que ocupó su mente mientras su vista se posaba en la puerta trasera del vehículo, justo aquella que había tenido que forzar para subirse en él, tras provocar la explosión y asumir los daños colaterales de su venganza respecto a Carlos. Sacó un impoluto pañuelo blanco de hilo del bolsillo izquierdo de su chaqueta de lino y limpiándose la hemorragia que brotaba de su boca, que se había autogenerado con un limpio golpe sobre el bordillo de la acera cercana, solicitó ayuda de los servicios de emergencia. Nuestra contemporaneidad genera, cada vez, individuos más peligrosos para la que el propio ser humano era la peor de sus amenazas, y de ello fue hablando con el sanitario que le retiró de la zona de peligro. No tenemos remedio, pero él todavía vivía, aún con el dolor que un día le generó Carlos.