Moby Dick, crítica teatral
03 Mar 2019
Un hombre grande, obsesionado de forma desesperada; un hombre grande y blasfemo, obsesionado de forma desesperada; un hombre grande, blasfemo e inaccesible …pero, sobre todo, obsesionado de forma desesperada. El capitán Ahad navega los mares a bordo del ballenero “Pequod” a medio camino entre la desolación o el abandono, y la locura, escrutando el horizonte, buscando, entre las rizadas olas de la mar, divisar el lomo blanco, absolutamente inequívoco, de Moby Dick, el gran cachalote que le arrancó su pierna y siembra el terror en todas y cada una de las tripulaciones que, temerariamente o no, intentaron su captura en algún momento, siendo todas ellas derrotadas por ese sublime leviatán.
“Un hombre grande, blasfemo e inaccesible”
Herman Melville publicó en 1851 su ultra famosísima novela sobre la gran ballena blanca, llevada al cine, en diferentes versiones (1926 con John Barrymore, 1956 dirigida por John Houston, etc…) siendo exportada a los escenarios teatrales por Vittorio Gassman, en 1992, bajo el titulo de ‘Ulises y la ballena blanca’, en versión de Cesare Pavese.
Y ahora es Juan Cavestany, dramaturgo creador de textos tan reconocidos como Urtain (Premio Max al mejor autor teatral en 2010) o la adaptación de “Los Mácbez” sobre el original de Shakespeare, quien realiza su versión teatral del clásico de Melville componiendo un potente triunviriato de responsables creadores, junto a Andrés Lima, director del espectáculo, y José María Pou encarnando al atormentado Ahad.
“Más vale navegar con un capitán de humor raro, pero bueno; que con uno de buen humor, pero malo”.
El mayor mérito imputable tanto a Andrés Lima, como director, como a Beatriz San Juan, responsable de la escenografía (y también del vestuario) es como saben hacer presente sobre el escenario el impresionante porte de Moby Dick, momento en el que las limitaciones físicas de Pou que se observan en otras partes de la obra se mitigan, hasta, aparentemente, desaparecer, o quizás ser olvidadas por él mismo, componiendo unos minutos magníficos que se convierten en la esencia del espectáculo, de una gran carga dramática, entregado ya Ahad a lo que es su único, y último, objetivo: que no es atrapar a la gran ballena blanca, sino convertirse, él mismo, en parte de ella. Toda una metáfora que culmina la discusión filosófica que Cavestany opta por extractar del texto original de Melville, sobre rasgos humanos como la obsesión, la venganza, los ideales, el pragmatismo, el dolor, el duelo o la locura.
“Sin imaginación no vais a poder seguirme en este viaje”
Más allá del momento culmen ya explicado, la escenografía, que recrea la proa del “Pequod”, con un fondo donde se proyectan imágenes del mar es sencilla, destacando la iluminación de Valentín Álvarez y los efectos de sonido y espacio sonoro, responsabilidad de Jaume Manresa y Jordi Balbé.
Junto a Pou, dos actores representan al resto de la tripulación de marineros, además de sombras y voces, de otros, que aparecen en partes del espectáculo, con un adecuado trabajo de Jacob Torres y Óscar Kapoya, dotando éste al personaje negro Pip de unos andares “primates” que resultan algo exagerados, si bien entendemos que ello obedece a una instrucción por parte de la dirección, y no de una elección propia del intérprete.
“¡Rugid y remad! …¡rugid y remad!”
Una gran oportunidad de disfrutar del estupendo actor que es José María Pou, en un papel que parece hecho a su medida; que finaliza con la gran explosión que supone la escena en la que Ahab aparece en el interior de la gran boca de Moby Dick, en un punto álgido que termina por compensar cierta falta de ritmo que se aprecia en la fase central del espectáculo. Todo en un viaje que empieza en la sabiduría y termina en la locura, dolor mediante.