Más que semimontado, desilusión
04 Nov 2024
Dos adolescentes, casi niños aún, hermanos entre sí, jugaban en la azotea de su casa, era verano, el sol ya había empezado a caer y el sonido de los estorninos se apoderaba de la tarde madrileña. No había balón de por medio, ni siquiera chapas o cromos, solo un pequeño libro, en formato de bolsillo, con tapas granates, algo desgastadas por el uso. Ensayaban algunas escenas del ‘Don Juan Tenorio’, su padre había trabajado como técnico en el teatro, haciendo ocasionalmente también de actor, en pequeños papeles; y el entusiasmo que desbordaba por el milagro teatral en general, y el clásico romántico de Zorrilla, en particular, coincidiendo con la época en la que un padre es el héroe de cualquier hijo, les había embarcado en la aventura y no había marcha atrás. Por aquel tiempo aún restaban más de tres décadas para cambiar de siglo y comenzar el XXI.
“…no hay escándalo ni engaño / en que no me hallara yo. / Por donde quiera que fui, / la razón atropellé, / la virtud escarnecí, /a la justicia burlé…”
Veinticinco años después, otra pareja de hermanos, esta vez niña y niño, sin haber superado ninguno los diez años de edad, atendían curiosos las indicaciones de su padre, quien había entresacado algunas citas del texto cobijado en aquel mismo libro de tapas granates. Sus hijos, divertidos, pero sobre todo llenos de empeño, repetían una y otra vez aquellas frases, hasta memorizarlas. Quedaba poco para la Navidad y el plan era, tras la cena de Nochebuena, sorprender a toda la familia haciendo una pequeña representación de tres escenas del ‘Don Juan Tenorio’ de José Zorrilla.
“Hoy no es mañana, Lucía, y si mañana casa doña Ana, mañana, será otro día”
A punto de entrar en el último año del primer cuarto del siglo XXI, y cuando ya parecía perdida la tradición teatral de programar ‘Don Juan Tenorio’ coincidiendo con las festividades del calendario religioso del ‘Día de Todos los Santos‘ el uno de noviembre y el ‘Día de los Fieles Difuntos‘ el dos de noviembre, aunque la fecha también tiene su origen pagano en torno al ‘Samhain‘ fiesta gaélica que se celebra en esas mismas fechas, que marca el final de la temporada de cosechas y el comienzo de invierno, la mitad más oscura del año, siendo esta celebración el origen del Halloween, mientras que la tradición mexicana del ‘Día de muertos‘ tuvo su origen en la Europa medieval y las celebraciones instituidas por la Iglesia católica. La cartelera madrileña ha visto irrumpir en ella la programación de la obra más famosa de José Zorrilla, en el Teatro Fernán Gómez, consiguiendo un aforo repleto en cada una de las tres funciones programadas (31 de octubre, 1 y 2 de noviembre).
“¡Oh! sí, bellísima Inés, / espejo y luz de mis ojos; / escucharme sin enojos / como lo haces, amor es; /mira aquí a tus plantas, pues, / todo el altivo rigor / de este corazón traidor /que rendirse no creía…”
Coincidimos en la reflexión realizada, ante los medios, por parte de Juan Carlos Pérez de la Fuente de que no es necesario programar el ‘Tenorio’ dos o tres semanas, pero sí hacerlo, como siempre fue, dos o tres días en estas fechas, lo cual hace honor, antes que a la obra en si o a su autor, al teatro español en general.
Ahora bien, buscar términos como los de ‘semimontado’ o ‘mediomontado’ para deslizar en el programa de mano la palabra ‘dramatización’ y presentar ante el público a un amplio elenco con algunos grandes nombres de la escena teatral española, en el que el texto de la conocídisima pieza sea leído, como si de una ‘lectura dramatizada’ se tratase, no me parece, personalmente, tratar con el respeto debido al teatro, a la profesión, a la obra, al autor y al público. Estoy absolutamente convencido de que tan sólidos profesionales de la interpretación como Vicky Peña (La isla del aire, Solo yo escapé, Los secuestradores del lago Chiemsee, La tabernera del puerto, El largo viaje del día hacia la noche), Mario Gas (La isla del aire, Miércoles que parecen jueves, Los secuestradores del lago Chiemsee, La tabernera del puerto , Viejo amigo Cicerón, La Strada, El concierto de San Ovidio, Calígula, Incendios, El largo viaje del día hacia la noche), Pepe Viyuela (Guitón Onofre, Tartufo, Mil novecientos setenta sombreros, Esperando a Godot, Un bar bajo la arena, Filoctetes), María José Alfonso (Enrique VIIIi y la cisma de Inglaterra) o Joaquín Notario (La Regenta, Esta noche se improvisa la comedia, Enrique VIII y la cisma de Inglaterra, El alcalde de Zalamea, La dama duende, Los últimos Gondra (memorias vascas), El enfermo imaginario) no precisan disponer del texto de esta obra entre sus manos mientras están en escena, y la prueba más evidente es el bello monólogo que brinda en esta pieza Chema de Miguel (Enrique VIII y la cisma de Inglaterra) como ‘el escultor’, con el texto discretamente oculto a su espalda, algo similar a lo realizado por Vicky Peña en su convincente recreación de ‘Brígida’.
“¡Ah, mármoles que mis manos / pulieron con tanto afán! / Mañana os contemplarán / los absortos sevillanos, / y al mirar de este panteón /las gigantes proporciones, / tendrán las generaciones / la nuestra en veneración…”
Que el intérprete de un personaje protagonista de esta obra no deje visible su cara al público, ni su expresión gestual, tapándose por el libreto del texto que lee, es un drama en sí mismo, especialmente en una obra que, casi, cualquier aficionado teatral puede recitar de memoria. No hay excusas, pero si al menos se tratase de una pieza desconocida, tampoco tendría venia, pero quizás sí comprensión para los tres días de representación programados, pero en este caso no la tiene o al menos no nos la merece.
Cierto es que la propuesta se hace con un trabajo de diseño escénico, iluminación, vestuario, música y la gran aportación de la ‘Escolanía del Escorial’ que consigue el momento culmen de la representación, en contraposición de la ‘escena del sofá’ que queda totalmente impostada con ambos protagonistas más pendientes de leer el texto que de otra cosa. El hurto de poder paladear de la interpretación, de la palabra y de los gestos, de cada actor y actriz condiciona el resultado final.
“Clamé al cielo, y no me oyó. / Mas, si sus puertas me cierra, / de mis pasos en la Tierra / responda el cielo, no yo.”
No se trata de una obra desconocida donde el trabajo de memorización de los actores sea excesivamente exigente, únicamente los personajes de ‘Don Juan‘, ‘Doña Inés‘ y ‘Don Gonzalo de Ulloa‘ tienen un texto algo más extenso y no encuentro justificación para comparecer ante el público con el libreto entre las manos, además siempre existe la posibilidad de recuperar el viejo oficio escénico del apuntador.
“Fantasmas, desvaneceos: su fe nos salva…, volveos a vuestros sepulcros, pues. La voluntad de Dios es de mi alma con la amargura purifiqué su alma impura, y Dios concedió a mi afán la salvación de don Juan al pie de la sepultura…”
Este humilde teatrero fue uno de aquellos dos niños del primer parráfo de estas líneas y el padre de los que protagonizan el segundo, y aún soy capaz de declamar gran parte de los versos del ‘Tenorio’ aprendidos en mi niñez. Para mí, y queriendo ser correcto, ’más que semimontado, es desilusión’ lo que viví en esta representación, por otra parte largamente esperada, aunque anido la esperanza de que dentro de doce meses haya otra oportunidad de disfrutar de esta obra en un gran teatro y representada como se merece.
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