Las canciones, crítica teatral
16 Sep 2019
“El Pavón Teatro Kamikaze”, Premio Nacional de Teatro en 2017 por “la excelencia de las diversas ramas de la creación escénica, la valentía de sus propuestas y por ser un proyecto único en el panorama actual” comienza su cuarta temporada, en ésta 2019/2020, con el reto de mantener lo que han sido, hasta ahora, sus notas de identidad desde un teatro de repertorio, comprometido con la calidad y la difusión del teatro contemporáneo, convirtiéndose en un punto de debate en el que la realidad de la sociedad de hoy se sitúe en el centro de la trama, para que desde la escena sea contemplada por los espectadores que, más allá del patio de butacas, son los verdaderos protagonistas de las historias que aquí tienen cabida, cumpliendo una de las premisas que evocaron sus cuatro fundadores (Miguel del Arco, Israel Elejalde, Jordi Buxó y Aitor Tejada) para que fuera “un espacio donde lo culto y lo popular se den la mano. Un lugar donde lo clásico y lo moderno confluyan”.
“A veces estás feliz …y a veces, triste”
En el inicio de esta nueva temporada observamos un cambio en las formas, del Kamikaze, pues la tradición marcada desde la primera función de esta aventura, señalaba que alguno de sus cuatro socios fundadores saludara al comienzo de cada representación, aprovechando para recordar las obras en cartel y los próximos proyectos, incitando a la complicidad de los espectadores, como prescriptores, para su difusión, al tiempo que solicitaban apagar los móviles. Todo lo cual parece que dejarán de hacer, al menos a través de sus cuatro socios fundadores.
Pero más allá de ello, la temporada comienza con el espectáculo “Las canciones” creado por la dramaturgia de Pablo Messiez y su propia dirección, a partir de la idea central de poner la escucha como eje de lo que sucede y motor de las actos de las personas, tal como ocurre con unos personajes nacidos bajo el influjo de la trama de “Las tres hermanas” de Chéjov, en una historía en la que lo importante no es lo que sucede, sino la experiencia que se vive en escena, de la que se quiere hacer partícipes a los espectadores, queriendo romper la mitológica cuarta pared, lo cual solo parece conseguirse en el saludo final.
“¡Aquí cantar nosotros, no, aquí solo se escucha!”
Mas que una obra de teatro al uso, se trata de un experimento, en el cual la forma domina sobre el fondo.
El padre (músico) ha muerto. Los hijos sufren por la pérdida, pero a la vez optan por marcar distancias con su recuerdo, sin que quede claro, sino solo sugerido, qué fue lo que pudo pasar. Olga, la hermana mayor, decide dedicar el espacio del estudio en el que su padre creaba, solo a escuchar, reivindicando el rol del “escuchante” por encima del músico o cantante. El espectáculo comienza con la escucha de cuatro temas musicales que se suceden unos a otros, que son interpretados, en forma de mimo, por otros tantos actores, que lo hacen cara a cara con sus compañeros, brindando su perfil derecho al publico, sobre un escenario cuya zona central es ocupada por un gran cubo gris, que asemeja ser un contenedor, el cual se abrirá, apareciendo, dentro de él, el estudio que fue del padre y ahora es de los hijos.
“¡Nos vamos a callar!”
La trama es presentada en dos partes, denominadas “cara A” y “cara B”, como si de un antiguo ‘vinilo’ se tratase, en el que la segunda termina por ajustar algunos de los cabos sueltos en la primera, aunque no todos. Separadas ambas por un interludio de 15’ en el que los actores brindan descanso al público, mientras ellos danzan de forma desaforada el tema de “My sweet Lord” interpretado por la gran Nina Simone, invitando a participar con ellos al publico, que mayoritariamente se mantuvo en la sala, pero lejos de interactuar con lo que sucedía sobre la escena, observándolo, entre sorprendido y curioso, pero sin decidirse, mayoritariamente, a dar el paso para ser parte de ello.
El Messiez director se impone al Messiez dramaturgo en este proyecto, y no nos imaginamos, al menos en los próximos 20 o 30 años, muchas puestas en escena del texto creado por el reputado autor argentino, ya que que sus limites y características se ajustan más a un “performance” que a un texto al uso, y las referencias anunciadas a Chéjov quedan bastante lejanas.
“¿Queréis olvidar a vuestro padre?”
“¿…y quién no?”
El dramaturgo y director se hace presente en la escena a través de un texto proyectado en videoescena, en el cual dirige alguna aclaración al público sobre lo que realmente está sucediendo, que es algo que no debería ser necesario si la trama, en si misma, lo dejara claro; al tiempo que traslada alguna instrucción sobre cerrar los ojos en algunos pasajes de la obra, para concentrase en la música que suena, lo cual termina por ser excesivamente artificial.
La escenografía de Alejandro Andujar, a través del diseño del cubo que oculta el espacio del estudio desde el que los protagonistas “escuchan”, y donde su padre creó, es de lo más destacado de la propuesta, con un espacio sonoro, de Joan Solé, con margen de mejora, ya que parte de los diálogos no llegan nítidos a toda la sala de butacas.
“La sofisticada sencillez de una estrofa que me explique”
Las interpretaciones quedan condicionadas, y marcadas, por un cierto aire de taller de experimentación teatral, del que no logran desembarazarse, si bien destaca la prestación de Carlota Gaviño, habitual en los trabajos de Pablo Messiez, que ya fue la “novia’ en la adaptación de “Bodas de Sangre” del premiado dramaturgo y director teatral, quien en esta ocasión construye un personaje que termina por constituirse en referencia de la propuesta desde un papel que, sin ser protagonista, es optimizado por la excelente actriz que es, con momentos para la comedia y, como en la vida real, también para el drama.
Personalmente me gusta el proyecto y los retos que propone El Pavón Teatro Kamikaze, aunque en algunas ocasiones el resultado, en mi modesta opinión, no acaba de convencer, sucedió con Un enemigo del pueblo presentado desde estas tablas, muy lejos del original de Henrik Ibsen en la adaptación de Alex Rigola, y sucede ahora con esta propuesta de Pablo Messiez; aunque siempre es de alabar la valentía en proponer, e intentar, cosas diferentes.
“¡Es triste que no podamos hacer ni un silencio juntos!”
A los cien minutos de comenzar la obra, el largo día (en palabras de los personajes) termina …y el experimento también; bien es verdad que tras el saludo de los actores al publico, se representa el numero musical más conseguido, y de mayor calidad, del espectáculo, lo cual consigue elevar la sensación de gran parte de los espectadores, quizás no tan críticos con lo que se les ofreció como quien ésto expresa desde su opinión, cuyas expectativas sobre esta propuesta no se vieron refrendadas, pero la vida y la carrera teatral de autor, director y sala teatral continúan, y con seguridad que nos depararán grandes satisfacciones en el futuro.