La Strada, crítica teatral
06 Dic 2018
Federico Fellini consiguió el Óscar a la mejor película de habla no inglesa con “La Strada” en 1956, además de ser reconocido con el premio León de Plata en el Festival de Venecia de 1954, llegando a afirmar él mismo que este trabajo “…es mi película más representativa, la más autobiográfica y la que más trabajo me costó realizar”.
“La Strada es mi película más representativa, la más autobiográfica y la que más trabajo me costó realizar”. (Federico Fellini)
El reto de plantear una adaptación teatral a cualquier película es complicado, más si se trata de una reconocida y premiada, como ésta, cuyas imágenes, interpretaciones y recursos técnicos perviven en el imaginario común.
La llegada a la escena teatral de “La Strada” se produjo en 2011, en New York, con versión del español Gerard Vázquez, que es la misma que ahora se exhibe en el Teatro de la Abadía, de Madrid, en la que destaca de manera sobresaliente la escenografía de Juan Sanz compuesta sobre tres estructuras metálicas que recuerdan los postes utilizados en el montaje de los circos ambulantes, en cuyas partes superiores se incluyen unas pantallas que reciben proyecciones de imágenes que complementan la puesta en escena, que con gran flexibilidad permiten recrear diferentes espacios, con su solo movimiento: la pista del propio circo, las instalaciones adyacentes, una playa, una taberna, etc… Todo ello conseguido con una gran naturalidad y una sencillez que resulta encomiable, a través de los propios actores y dos discretos auxiliares que ayudan a desplazar por la escena el carromato ambulante de Zampanó.
“Todos nos moriremos …primero nos hacemos viejos …y luego ¿quién sabe donde?”.
La llegada del público a sus localidades es acogida por lo que parecen tres personajes, cubiertos con abrigos, sombreros y nariz de payaso, que descienden desde la escena, avanzando hacia el patio de butacas donde miran a la cara a los espectadores que se van encontrando. Se trata de los tres protagonistas: Alberto Iglesias (El loco), Verónica Echegui (Gelsomina) y Alfonso Lara (Zampanó), quienes poco después de volver al escenario y reconocer sus propias caras proyectadas en las pantallas, se dejan caer al suelo, súbitamente y a la vez, concitando con el ruido del impacto, la atención de todos los presentes: la función comienza.
Mario Gas dirige el espectáculo manteniendo la esencia de la trama original de Fellini, aún tiñéndola de toques de Chejov y Beckett, si bien por momentos se acusa una cierta irregularidad en su ritmo.
“Algún día contaremos una historia de amor…¡algún día!”
Verónica Echegui construye de forma acertada el personaje de Gelsomina, con una inocencia que conmueve, pero a la vez muy natural, en la dosis justa entre lo trágico y lo cómico, generando sensación de ternura.
Alberto Iglesias, como “El loco”, vuelve a demostrarnos su solvencia interpretativa, magnifico en las escenas que solo utiliza el mimo como instrumento de expresión y claramente ganador en sus escenas con Alfonso Lara, poco convincente como “Zampanó”.
“La Strada” es una bella historia triste, con sus personajes principales en diferentes perfiles de perdedores, que enmarcada en el espacio de un circo coge unos matices de cuento o fábula, sucedió en el film de Fellini y sucede aquí, donde la inocencia se encuentra abocada al maltrato, las oportunidades se pierden por los impulsos, la búsqueda del afán de vivir se cruza con la muerte y la fantasía se topa con la realidad. Ni más, ni menos, que un ensayo filosófico en toda regla sobre la condición humana, porque, efectivamente “la vita é la strada” (La vida es el camino).