Juguetes rotos, crítica teatral
en Teatro
09 Nov 2019
Una buena obra de teatro siempre es el resultado de un muy buen trabajo del conjunto de quienes participan en ella, pero cuando ocurre, necesariamente, será a partir de los cimientos de una historia bien contada, que interese desde las primeras escenas; lo mismo podríamos decir del cine, pero eso es otro cantar.
La historia bien escrita, e interesante por sí misma, también necesitará ser acertadamente recreada sobre las tablas por el buen criterio de un director, rodeado de un buen equipo de técnicos (escenógrafo, iluminador, sonido, etc…), creando el marco adecuado donde los intérpretes se puedan lucir con su mejor prestación. Conseguido todo ello estaremos ante lo que se entiende como una “obra redonda” y eso, exactamente, es lo que sucede con “Juguetes rotos”, un espectáculo estrenado la temporada pasada en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español y que en ésta 2019/2020 ha vuelto a ser programado, debido al éxito obtenido, consiguiendo, de nuevo, contar con el patio de butacas repleto de público en cada una de sus funciones.
“Un ataúd es algo en lo que nunca se piensa, siendo lo único que te llevarás puesto…”
Carolina Román, autora, entre otras obras, de “En construcción” y “Adentro” es la responsable de la dramaturgia de este texto original y también directora de su puesta en escena, creando una bella historia sobre la elección de ser quien se quiere ser, por encima de cualquier convencionalismo o presión social, sabiendo recrear el viaje interior de unos personajes que buscan alcanzar el equilibrio entre su vida y su identidad, todo ello enmarcado en la época de la dictadura franquista y acotado entre la Ley de Vagos y Maleantes (1954) y la Ley de Peligrosidad Social (1970) con los homosexuales entre los objetivos de ambas.
Mario un oficinista que no se reconoce en su cuerpo, ni en lo que su entorno espera de él, sin que ello le impida sentir afecto por su familia, especialmente por su madre, decide abandonar su pueblo en algún lugar de Aragón, cuyo recuerdo siempre estará apegado al viejo palomar, refugio de sus sueños y metáfora de la jaula de la que se siente preso, mientras observa como las palomas emprenden el vuelo, hasta que él mismo termina por imitarlas emprendiendo viaje a Barcelona.
“Yo no puedo ser quién usted quiere se sea”
En ese viaje Mario terminará por convertirse en Marion, de la mano de Dorín, una reconocida transexual que se mueve con soltura entre el Paralelo y el barrio Gótico, que tendrá un impacto absoluto en la vida de aquel, ya sin retorno a lo que fué; habrá risas, complicidad y sorpresas, pero también dolor y lágrimas, la vida misma en un relato que se constituye en documento de valor histórico sobre lo que fue ser transexual en aquella época, que la autora trufa con parte del texto original de una sentencia judicial a través de la que se condenó a una persona real de las características a las reseñadas en Marion y Dorín.
El ritmo aplicado por Román para la representación de su texto en escena es acertado y funciona perfectamente, apoyado en una original escenografía de Alessio Meloni, a base de jaulas de palomas, creando bloques las unas con las otras, optimizando la recreación de las escenas iniciales de Mario en su palomar, que con el transcurso de la trama y a base de una inteligente iluminación de David Picazo se convierten en paredes e, incluso, en fachadas de edificios. A destacar el espacio sonoro creado por Nelson Dante, donde el “gorjeo” de las palomas acompaña en varios momentos, con igual acierto que cuando se recrea el ruido de las calles o la música que se utiliza, así como el diseño de vestuario de Cristina Rodriguez.
“Yo no puedo soportar cuando no pasan cosas”
Nacho Guerreros y Kike Guaza están espléndidos en la interpretación de esta obra, representan a Mario y a Dorín, pero no solo a ellos, también aparecen ante nosotros, a través de sus cuerpos, Joaquín (el hermano de Mario), Alberto (primo de Mario), su padre, su tio (y padre de Alberto), George (el amor deseado de Mario) y Coccinelle, personaje real y transexual, muy reconocida como cantante y vedette.
Ambos actores fueron nominados a los Premios Max por sus trabajos actorales y es algo más que merecido. Sencillamente impresionante el despliegue que hace Kike Guaza, igual de creíble en la piel de Joaquín que en la de Coccinelle, y absolutamente espléndido como Dorin, realizando un «striptease» bellísimo, lleno de sensibilidad, buen gusto y feminidad, e igual de acertado a la hora de recrear su muerte. Frente a él, Nacho Guerreros hace un contrapunto perfecto, con un personaje lleno de contención, en el que sabe expresar mucho con su mirada, representando la lucha interior entre lo que siente interiormente Marion y lo que Mario se permite exteriorizar, trabajando muy bien el acento para darle el toque vocalista de los orígenes del personaje.
“No eres nadie hasta que te dejas ver por los demás”
Nacho Guerreros tiene otro mérito añadido en este montaje, y no es baladí, ya que él es el productor y eso tiene supone un “item” más que todos sus compañeros de propuesta siempre le reconocen, desde Carolina Román, como directora, a Kike Guaza, como su compañero sobre la escena. Sea como fuere, y tal como dije al empezar estas líneas, se trata de una “obra redonda”, sobresaliente por sus valores artísticos, pero además conmovedora por la historia que narra, haciéndolo de forma realista sobre unos hechos, se quiera o no, que forman parte de nuestra historia reciente como país. Más que recomendable espectáculo.