Jubileo, crítica teatral
15 Sep 2022
El madrileño parque de ‘El Retiro‘; originalmente bautizado como del “Buen Retiro”, acoge, entre sus múltiples atractivos y curiosidades, una de las pocas representaciones escultóricas de ‘El ángel caído‘, expresión de ‘Satán’; no se trata de un demonio más, sino de “El diablo”, quien, según el Antiguo Testamento había perdido su condición de ‘querubín’, en la corte celestial, para condenarse a sí mismo y pasar a encarnar el rol de ‘Lúcifer’.
Así, quien fue ángel celestial, pasó a ser la expresión del mal, como ‘Satanás‘, convirtiéndose en el reverso del bien de Dios. Lo bueno y lo malo como cara y cruz de una misma moneda.
“Yo soy el que soy”
A pocos kilómetros de la madrileña recreación escultórica del ‘Diablo‘, como expresión del mal, ocupa su despacho como actual presidente del Tribunal Constitucional de España, el excelentísimo señor D. Pedro González-Trevijano Sánchez, quien tras una larga obra de textos jurisconsultos, publicados como libros, ha estrenado su primera pieza teatral, titulada “Jubileo” en la que trata el sugerente tema de una disquisición entre dos personajes a los que nombra como Adonay y Belial, pero que representan al bien frente a mal, a Dios vs. Satanás, al hacedor de todas las cosas, según la fé cristiana, frente a su antítesis, lo llamemos el Diablo, Lúcifer o Satán.
El sólo anuncio de ese enfrentamiento, aunque sea en la ficción, sugiere mucho y ante él mi interés acudió seducido, y atraído, por lo que interpreté podría ser una disquisición filosófica sobre argumentos y contraargumentos del uno y del otro, máxime teniendo en cuenta la formación académica del autor.
“Tanto cortejo es extenuante …¡llamamos ‘Gloria’ a cualquier cosa!”
Pero mi entusiasmo e interés quedó diluido a los pocos minutos del inicio de la representación del espectáculo ‘Jubileo‘, estrenado en el Teatro Figaro de Madrid, dirigido por Gabriel Olivares y protagonizado por Javier Martín (Adonay) y Abraham Arenas (Belial), ante una representación que humaniza, hasta el extremo, a sus dos protagonistas, convertidos en un dios y un demonio demasiado terrenales, sin una necesidad real en ello, ¿aporta algo el cansancio de jornada andando dentro del Camino de Santiago para esos dos personajes, antes todopoderosos y ahora limitados a su cuerpo, como usted y como yo?, ¿nos dice algo de interés la observación de las tareas de aseo y cambio de ropa de ambos protagonistas?, se hace muy evidente lo que no hay, especialmente una confrontación, racional e inteligente, entre las dos visiones del mundo y de la vida que ambos representan, en una ocasión perdida que, quizás, es lo que más se echa de menos en la dramaturgia de este culto autor, por más que aparezcan referencias sueltas a Dios, realizadas por personajes públicos tan conocidos como Buñuel, Kant, Voltaire o el Marqués de Sade.
“Soy Dios, puedo hacer lo que quiera”
El ritmo narrativo se hace denso y pesado, y los recursos musicales y coreográficos parecen retrotraernos a la época del ‘glam’, reinado por David Bowie, en los años 80’s del pasado siglo XX, en una estética que no aporta nada, salvo una determinada visión para ningunear lo que ambos personajes representan, deslizando ideas para que el régimen que ambos articulan, como caras de una misma moneda, sea sustituido por lo que suponen monsieur agnosticismo y monsieur ateísmo, lineas de pensamiento totalmente válidas pero que, en su caso, deberían ser defendidas de forma expresa desde la acción y no desde la deslegitimación de otras.
En las interpretaciones de Javier Martín (Adonay) y Abraham Arenas (Belial) nunca llegamos a ver, ni siquiera a intuir, una recreación de ‘Dios‘ y ‘Satán‘, sobrando el exceso de risas, y carcajadas sin sentido, que utiliza Arenas en la representación de su personaje. Junto a ellos participa un elenco de otros cinco actores (Paola Pozzo, Jesús Redondo, Violeta del Campo, Adrían Justel…) entre los que solo deja huella el desempeño de Raúl Peñalba como arcángel San Gabriel.
“Soy ateo, gracias a Dios” (Luis Buñuel)
Dentro de los medios técnicos merece mención el recurso que hace Marta Guedán, a través de una planchas metálicas móviles para recrear diferentes espacios en la escenografía. Sin que el resto de oficios técnicos (Carlos Alzueta en iluminación, vestuario excesivamente recargado de Mario Pinilla, y sonido de Ricardo Rey) puedan brillar, limitados y condicionados por el espectáculo en sí.
Una oportunidad perdida que se queda en mucho menos de lo que la expectativa marca, en un espectáculo en el que su escena final, ítem más, termina por ser incomprensible, con todo el elenco afanado en reconstruir la configuración del espacio escénico tal como estaba en el inicio de la obra, para volverlo a descolocar. Aburrimiento pero no divino, sino humano.
Yo he visto esta obra hace poco y sin tener muchos conocimientos y a nivel de espectador de a pie, mi aburrimiento fue total y si me llamó la atención el manejo de las planchas. Unicamente, qué trisre
Muchas gracias, Pedro, por su comentario al hilo de la crítica teatral publicada en https://www.traslamascara.com en relación al espectáculo «Jubileo». Esperamos seguir contando con sus visitas y aportaciones en nuestra web. Saludos.