Hysteria, crítica teatral
08 Oct 2024
Luz ‘in crescendo‘… que comienza en solo un pequeño resplandor, hasta ir descubriéndonos, tras un visillo traslúcido que difumina contornos y detalles expresos, lo que parecen unas figuras sin bordes determinados, que terminan por descubrir que se trata de un médico, parece evidente que un ginécólogo, que reconoce a quien aparentemente, debe tratarse de su paciente, pero la exploración adquiere más que tintes surrealistas, límites absurdos, ante lo estrambótico y desproporcionado de los elementos obtenidos en esa exploración, desde un peluche a un paraguas o una bandera finlandesa, en guiño finés que se volverá a repetir más adelante.
“Su irrupción en mi vida fue demoledora”
El espectáculo que acabamos de iniciar a presenciar es ‘Hysteria’, sí, con ‘y’ (griega) y no con ‘i’ (latina), quizás para ir más allá del concepto clásico de ‘histeria‘ (¿es locura la histeria?); con texto y dirección de Carla Nyman, quien en el programa de mano nos presenta la trama, con la protagonista ‘Agustina’, acudiendo a una consulta médica, debido a un fuerte dolor que padece hace mucho tiempo en su interior, enmarcando todo ello con la referencia al Hospital de la Salpêtrière, dónde según indica la autora, en el último tercio del siglo XIX, representó un infierno femenino en el que cuatro mil mujeres, incurables o locas y encerradas, fueron exploradas y exhibidas por médicos y psiquiatras en las célebres lecciones de los martes, donde el neurólogo francés Jean-Martin Charcot reforzó la invención de la histeria.
“Me encapriché de usted”
Nyman pretende plantear, con esta propuesta, una parábola moderna que aborde las formas del deseo, en una exploración íntima, obscena e, incluso, escatológica en la que, en su libérrima aproximación, el doctor sea absorbido por el cuerpo de su paciente, iniciándose un surrealista viaje de éste por el interior de aquella.
“¿Qué hace usted aquí, en mi microbiota?”
Lo anterior es la pretensión y el enunciado del planteamiento, pero lo que sucede en los siguientes minutos se aleja de ello, produciéndose una colección inconexa de situaciones y referencias, unas veces a Stalin o las reflexiones filosóficas del emperador romano Marco Aurelio, en ocasiones a Kierkegaard y al existencionalismo, corriente de la que se le consideró padre, a un perro que habla, a la estética y las formas de la Semana Santa en Sevilla, al Oktoberfest, incluyendo una especie de colección de arte, nada casual, de la que el doctor va disfrutando mientras recorre el interior de ‘Agustina’, de la que forman parte piezas pictóricas como ‘El origen del mundo‘ de Gustave Courbet o ‘El desesperado‘, del mismo autor, ‘La muerte de Marat‘ de Jacques-Louis David o ‘Retrato de un perro’ de Rosa Bonheur que cobrará vida para dirigirnos su conferencia filosófica.
“¡Usted se ha introducido en mi cuerpo!”
Mónica Boromello diseña una escenografía de limites flexibles, a base de sedas y tules, dominada por el color blanco que quiere recrear el espacio interior de ‘Agustina’, trufado de las obras de arte antes indicadas, contando con las aportaciones de David Picazo en iluminación, Sandra Vicente en sonido y Monica Teijeiro en vestuario.
“Esta correspondencia no tiene nada que ver contigo, sino conmigo …con lo que a mi me pasa”
Se puede intentar ser muy original en los temas que se plantean, incluso hacerlo de manera transgresora, pero si no hay historia que atrape y enganche al espectador, sin evolución de la trama y de los personajes, el ritmo se va haciendo pesado y plomizo, hasta lo insustancial y soporífero, justamente lo contrario a las expectativas creadas. Quizás, los momentos más destacados de la propuesta, se consiguen con los números musicales, que suponen todo un soplo de aire fresco.
“Nada me satisface…»
La excepción a lo indicado está en el desempeño de los intérpretes, Lluna Issa Cesterà y Mariano Estudillo (Arder y no quemarse, El disfraz, las cartas y la suerte, La señora y la criada, La vida es sueño, El desdén con el desdén, En otro reino extraño), magníficos ambos, quienes se entregan al máximo en lo que se les pide, aceptando un reto que se revela como imposible.
“Siempre estoy en este tono penoso de insatisfacción crónica…”
Provocar es lícito y, quizás, hasta oportuno. Muchos han sido los artistas que han construido su propia identidad desde la provocación, y ello incluye cualquier expresión artística, incluidas, desde luego, las artes escénicas, pero en esta ocasión el resultado es nimio y no proporcional al esfuerzo realizado y los costes de oportunidad incurridos.
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