Gigoló
09 Jun 2020
Allí estaba él, acompañando a aquella mujer de cuya enfermedad, y situación en ese momento, había sabido por la prensa hacía, escasamente, 24 horas.
Verónica Linares había sido una famosísima estrella del espectáculo en la España de la segunda parte del siglo XX, habiendo protagonizado decenas de películas. Una bellísima mujer a la que él conoció mucho después de aquel tiempo de esplendor.
Se trataba de una bellísima mujer a la que él conoció mucho tiempo después de su época de gran esplendor y fama.
Su primer encuentro se produjo en la gestoría para la que él trabajaba, dónde a ella se le llevaban los trámites administrativos de los pisos en arrendamiento que habían devenido como la parte principal de los frutos de su trabajo como actriz, cantante y “starlet”.
Verónica rechazaba el tratamiento de Sra. Linares, le gustaba gustar, empleándose en el juego de la seducción, siempre divertida y un punto “naif”; no suponiendo ninguna barrera el hecho de que la edad jugara a su contra, si no más bien al revés. Cada una de sus puestas en escena, estuviera donde estuviera y fuera donde fuera (de compras, a cualquier gestión o simplemente tomando un café) era espectacular en sí misma, teniendo la capacidad de crear un ambiente de “performance” del que sabía hacer sentir parte, en exclusiva, a quien a ella le interesase.
No suponía ninguna barrera el hecho de que la edad jugara a su contra, más bien todo lo contrario.
La necesidad de recabar una firma para un documento fiscal, hizo que él se desplazase al domicilio de ella y mientras esperaba en el salón, su atención se concentró en una peculiar tarjeta de visita, caída descuidadamente, y casi oculta, entre los cojines de terciopelo, raso y seda. Al leerla arqueó sus cejas: “First Class”: caballeros de compañía para las damas más exigentes.
La irrupción de Verónica le sacó de sus pensamientos, mientras devolvía la tarjeta al lugar en el que la encontró. Ella se deshizo en agradecimientos sobre su gentileza al desplazarse hasta allí para solucionar aquella gestión, siendo acompañado, por la asistente de la Sra. Linares, hasta la puerta.
Le gustaba gustar, empleándose en el juego de la seducción, siempre divertida y un punto “naif”.
Como se convirtió él en el «acompañante exclusivo», y habitual, de aquella «exigente dama», formaba ya parte del pasado, aunque en ese mundo particular y un punto irreal, lo que Verónica más agradecía era la compañía, conversación, escucha y empatía de Alejandro, todo trufado, por supuesto, con alguna caricia, no excesivos besos, y las dosis necesarias de saliva y sudor, pero siempre con la debida sensibilidad, respeto y cortesía.
Verónica le habló de su hijo, con quien a pesar de ser único, no tenía casi relación, aunque más allá de eso siempre, y sucediera lo que sucediera, sería su heredero, confesando a Alejandro que era incapaz de desheredarlo y nunca lo hará, ya que era lo único que tenía, aún con toda la distancia del mundo. Ese día, mientras le compartía aquel dolor interior, una sonrisa brotó en la comisura de sus labios y los ojos se le iluminaron al mirarle, mientras afirmaba: ¿sabes una cosa? …¡eres más joven que mi hijo, pero no demasiado!.
“First Class”: caballeros de compañía para las damas más exigentes.
Aquellos encuentros, que siempre acababan con un discreto gesto de ella para pagar el precio convenido desde la primera ocasión, depositándolo, en efectivo, junto al reloj de pulsera que le había regalado a Alejandro tras aquella primera vez, se prolongaron en el tiempo, con el único efecto directo de un menor número de visitas de Verónica a la gestoría. Hasta que una recaída en su estado físico, primero limitase, y luego impidiese, esas citas. Le habían dicho que se debía a problemas cognitivos, lo que él siempre interpretó como un proceso de “Alzheimer”, que nunca le confirmaron, pero que, convencido en su propia certeza, le resultó muy doloroso.
Hacía mas de siete años que no sabia nada de ella, hasta que hace dos días aquel titular de prensa captó su atención, en forma de gran impacto y como si un taladro hubiera perforado su cerebro: “Verónica Linares, gran estrella del cine español, ingresada en la UVI aquejada de Coronavirus”.
¿Sabes una cosa? …¡eres más joven que mi hijo, pero no demasiado!.
Su “shock” interior fue de gran intensidad y esa misma noche decidió acudir al centro sanitario donde se había publicado que estaba Verónica, junto a ella solo estaba su asistente personal, que seguía siendo aquella que él conoció, quien fielmente seguía a la Sra. Linares desde hacía, casi, cuatro décadas.
Los doctores eran claros, se trataba de una mujer de más de ochenta años, con un proceso degenerativo cognitivo y la Covid-19 hace presa, especialmente, en pacientes ya afectados por otras patologías, lo que acentuaba su gravedad.
Aquellos billetes expresaban la generosidad de Verónica, a la vez que su necesidad de compañía y escucha.
Alejandro se palpó su reloj de pulsera, aquel que ella le regaló junto al que siempre, al irse, encontraba aquellos billetes que expresaban la generosidad de Verónica, a la vez que su necesidad de compañía y escucha.
Una enfermera se acercó a él y le pidió que, por hoy, la visita debía terminar, diciéndole que podría ver a su madre mañana de nuevo. Él se la quedó mirando, se levantó del asiento que ocupaba, se puso la ‘americana’ y antes de empezar a caminar dignamente hacia la salida, afirmó que sí, que volvería mañana, pero que él, de la señora, era su «gigoló«.