Francisca, crítica teatral
11 Nov 2023
A principios de los años 80’s del siglo XX fue muy comentado en España el primer divorcio articulado en base a la Ley aprobada por las Cortes democráticas el 22 de junio de 1981, pero ya antes, durante la II República, hubo una Ley del Divorcio, cuyo derecho se reconoció en el artículo 43 de la Constitución en 1931, aprobándolo como Ley un año después, en 1932.
Pero ni siquiera ese antecedente fue el primero en regular ese derecho, ya que en el Tesoro de Sebastián de Covarrubias se da testimonio de la existencia del concepto y término de ‘divorcio’ bajo el significado de: ‘…apartamiento, tomase comúnmente por la separación de que se hace de dos casados, cuando hay causas para que no cohabiten, o declara el juez competente no haber sido matrimonio, y así queda soluto‘. Es decir, en España, en el siglo XVII, existía la anulación del matrimonio.
“¿Por qué vivo yo en un convento, hermana?”
Un caso documentado al respecto es el de Francisca de Pedraza quien alrededor de 1624 consiguió una sentencia favorable de separación respecto de su marido, Jerónimo de Jaras (que pactó su matrimonio -1612- entregando dote al convento donde, como huérfana, estaba recogida), habiendo presentado cuatro demandas anteriormente que fueron rechazadas (1614, 1618, 1620 y 1622) a pesar de lo evidente, y conocido, de los daños infligidos por el agresor a su víctima.
Aquellos hechos históricos y la sentencia favorable lograda por Francisca de Pedraza, hace 399 años, para ella y, por extensión, para todas las mujeres víctimas de violencia de género en cualquier tiempo, sirven a Fredeswinda Gijón, como directora, y Borja Rodríguez como autor del texto, para componer un espectáculo que alterna el tiempo real y contemporáneo, con la evocación a la historia vivida por la protagonista hace, casi, cuatro siglos, mostrando las huellas de ese horror doméstico, tan doloroso, y execrable, entonces como hoy.
“¡Será para mí …y será para bien!”
Una escena casi limpia de atrezzo, acoge el desarrollo de la trama, donde solo se mantiene de forma permanente una pantalla sobre la que, en videoproyección pregrabada, los intérpretes que recrean a los personajes van aportando su propio sentimiento personal sobre lo que se representa, antes de que, al final de la propuesta, acoja la estremecedora lista de víctimas de esta violencia. Una mesa y pequeños utensilios aparecen puntualmente, pero en la escenografía diseñada por Nadia Torrijos domina lo minimalista. Adecuada aportación de Silvia Nogales en la música en directo y Estrella Baltasar en el vestuario.
En las interpretaciones brilla con luz propia Carolina Lapausa que en su prestación va de menos a más, convincente en su recreación de ‘Francisca de Pedraza’. Bien secundada por Anabel Maurín (El ángel exterminador, El curioso incidente del perro a medianoche) quien además germinó la idea inicial de esta propuesta, y Esther Acevedo (Mil novecientos setenta sombreros) que encarnan diferentes personajes de forma eficaz, con alguna irregularidad mayor en Nacho Sánchez Pascual dando piel a ‘Jerónimo de Jaras’ en la función a la que asistimos.
“¿Cómo puedo yo acordarme del mar, si no lo he visto nunca?”
Pertinente aportación la realizada a través del personaje de Francisca de Pedraza al tratamiento de la lucha contra la violencia de género, tanto en su plano histórico, como en la necesaria concienciación. Esta obra ha sido reconocida con el Premio Especial del Público José María Rodero a la Mejor Dirección y el Tercer Premio del Jurado en el XXV Certamen Nacional de Teatro para directoras de escena Ciudad de Torrejón, habiendo sido incluida en el palmarés de los premios ‘Francisquita’ de la Asociación Francisca de Pedraza por su valor social al ofrecer al público las claves pertinentes para entender la realidad de la violencia de género. Hasta el 12 de noviembre se mantendrá programado, este espectáculo, en el Teatro Quique San Francisco, de Madrid.
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