Fausto
30 Dic 2014
El conocido drama de Johann Wolfgang Goethe, Fausto, trata del pacto de éste con Mefistófeles, el diablo, para, siendo una anciano que lo sabía casi todo de la vida, volver a tener una oportunidad y disfrutar de los placeres del mundo, por ello prueba el brebaje que éste le brinda y se reconvierte, el sabio anciano, en un joven arrogante y ávido de vivir el placer.
Al margen de la idea central, y más conocida, sobre la que se desarrolla esta obra, Fausto es posiblemente una de los textos teatrales más complejos de representar. En el año 2000, con motivo de la Expo de Hanover, y bajo dirección de Peter Stein, se representaron sus dos partes, en versión completa, con Bruno Ganz y Christian Nickel, respectivamente como el joven y anciano Fausto, y la duración completa del espectáculo, con pausas, superó las 21 horas de duración.
La representación de esta obra en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, dentro del Centro Dramático Nacional, representa, a la vez, una oportunidad y un reto, y con ese planteamiento asistimos a la representación. Mientras nos acomodábamos en nuestro asiento, se nos brinda la visión completa del escenario, el cual invade el patio de butacas para dar espacio a un muro que, a modo de bisectriz une el fondo de escena, con un mordisco hasta la línea siete de la primeras filas de público de la zona izquierda, en el cual el actor que representa el personaje principal recorre inquieto, y cojeando, el espacio disponible, bajo una iluminación opaca.
El espectáculo que nos brinda el director esloveno Tomasz Pandur es exigente para el espectador, conviertiendo la figura de Mefistófeles en una familia completa (padre, madre, hijo e hija) con la complejidad que ello tiene y los matices que adoptan cada uno de los personajes. La obra comienza con un retador monologo de 15 minutos por parte de Roberto Enriquez, en el papel de Fausto, en el que su réplica es el muro sobre el que va desgranando los rasgos fuertes de su exposición, aunque a partir de ahí su papel, aun siendo el protagonista, va perdiendo peso durante la obra.
La puesta en escena es magnífica, el movimiento en escena está muy conseguido, por mérito del buen trabajo de Sven Jonke, el vestuario es muy acertado, obra de Felype de Lima, y la iluminación es perfecta por parte de Juan Gómez Cornejo, pero la obra no fluye con naturalidad, el esfuerzo de los actores es notorio, especialmente en los casos del mencionado Roberto Enriquez, como Fausto, Víctor Clavijo como Mefistófeles, Alberto Frias o Emilio Gavira como Wagner, aunque en este caso sería de agradecer que minimizase la dosis de incienso con la que “regala” al público, especialmente afectado en las primera filas. A destacar también el trabajo de Marina Salas, como Margarita, quizás la más sufrida en escena, especialmente en la fase en que se castiga vertiendo, sobre su cuerpo, varios baldes de agua, cuyo significado oculto, en clave de Tomas Pandur, no hemos conseguido desvelar.
Al llegar el final de la obra, al respuesta del público no llega a la ovación, sin embargo el montaje es más que bueno, en el apartado técnico diríamos que admirable, el trabajo de los actores correcto, el texto original más allá de su complejidad , es un clásico…, pero el resultado está lejos de ser redondo. En todo caso es loable el intento.