El vergonzoso en palacio, crítica teatral
en Teatro
07 Oct 2020
Fray Gabriel Tellez (1579/1648), además de religioso, fue un dramaturgo español que firmó su obra como Tirso de Molina, a quien se le atribuye la creación del personaje de Don Juan, en “El burlador de Sevilla”, reconocido como un especialista en la comedia de enredo, coetáneo de Lope de Vega y uno de los exponentes máximos de la narrativa del “barroco” en España, en cuya obra los personajes femeninos, más allá del celebre seductor por él creado, alcanzaban un protagonismo que otros autores les hurtaban.
“Le he dado a mis celos dieta …y están mejor”
Tal es el caso del texto de “El vergonzoso en palacio”, obra elegida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico para abrir su temporada 2020/2021 en el Teatro de la Comedia de Madrid, recuperando una pieza clásica que no se llevaba a los escenarios desde que lo hiciera, hace más de treinta años (1987), Adolfo Marsillach, ahora con una versión de Yolanda Pallín, dirigida por Natalia Menéndez en la que destaca la gran fuerza visual de su puesta en escena, recreándola con los aires de una fábula mágica, con un cierto toque de irrealidad.
La trama se desarrolla a través de intrigas palatinas servidas por el verso de Tirso, de una forma algo enrevesada, que tal como se presenta en esta versión tarda en ser descifrada por el espectador, para presentar el amor, la seducción y el enamoramiento como una estrategia de ascenso social, al menos para los personajes masculinos de Mireno (Pablo Béjar) y Don Antonio (Javier Carramiñana), mientras los personajes femeninos de Doña Magdalena (Anna Moliner), Doña Serafina (Lara Grube) y Doña Juana (María Besant) representan el protagonismo absoluto, prestándose a ser objeto de seducción, aún solo en apariencia, tras el tenue velo con que cubren el continuado juego de la farsa, entre equívocos, amoríos y fingimientos, a medio camino entre España y Portugal, hasta ver cumplidos sus deseos, a pesar de las limitaciones de quien sufre vergüenza.
“Ya dicen que al vergonzoso le trajo el diablo, a Palacio”
La escenografía diseñada por Alfonso Barajas construye el ambiente de fábula al que antes hacíamos referencia, recreando una especie de bosque mágico que nos recibe en la primera escena del espectáculo con un gran árbol en el centro del escenario, compuesto por dos partes que se van ubicando por diferentes zonas a lo largo de la trama, cuya imagen es reflejada por las superficies de espejo con que está panelado todo el espacio escénico, con un fondo acristalado que recoge el trabajo de videoescena de Álvaro Luna, magnífico y muy sugerente, en ocasiones recreando los característicos azulejos lusos de color añil, otras veces composiciones florales o ensoñaciones de los personajes. El trabajo de Mariano Garcia, en el espacio sonoro, ayuda a recrear el bosque en el que se nos imbuye en el espectáculo. Acertada iluminación de Juan Gómez-Cornejo, sabiendo jugar con las sombras y destacado trabajo de Almudena Rodriguez en el vestuario, con mención especial para el diseño del complicado ‘calzón’ del que tan buen partido sabe sacar César Camino, muy divertido y solvente, en el personaje de Tarso.
Dentro del ambiente mágico que se crea, el movimiento escénico se realiza a través de la aparición de personajes del bosque, pájaros y otros seres, enmascarados con aires carnavalescos.
“Hombres vergonzosos …y cortos, son enfadosos”
Catorce actores en escena, representan hasta diecisiete personajes, con sólidos trabajos de Lara Grube (Doña Serafina), Anna Moliner (Doña Magdalena), Pablo Béjar (Mireno), Javier Carramiñana (Don Antonio) y especialmente de María Besant (Doña Juana), con todo el elenco participando de un buen tono general, desde José Luis Alcobendas (Duque de Avero) a César Camino (Tarso), pasando por Bernabé Fernández (Don Duarte), Raúl Sanz (Figueredo/Pintor), Nieves Soria (Melisa), Alejandro Saá (Vasco/Lariso), Carlos Lorenzo (Ruy/Lorenzo), Fermí Herrero (Denio/Pregonero) y Juanma Lara (Lauro).
Un espectáculo concebido desde el punto de vista más lúdico, presentado en un bello formato en el que la mejor recomendación es dejarse llevar por los sentidos, más allá de la trama, algo confusa al principio; participando del juego de espejos que nos brinda su directora, Natalia Menéndez, retándonos en provocador e ingenioso desafío, entre lo que se dice y lo que se calla, entre lo que se muestra y lo que se oculta, entre lo que se siente y lo que se finge, en unos ociosos aires palaciegos imbuidos de un cierto punto de ambigüedad, creados en el siglo XVII y que permanecen en el XXI.