El sueño de un único y universal idioma que no esté identificado con una parte de la población mundial
02 Jul 2022
Un mundo, un idioma; ¿existe una ambición globalizadora más ambiciosa que ésta?.
Entre la necesidad de comunicarse bajo un mismo código de palabras y sonidos, y el espíritu tribal de sentirse como parte de algo, distinto y diverso del resto de los seres humanos, debería existir un equilibrio.
Un mundo, un idioma; ¿existe una ambición globalizadora más ambiciosa que ésta?.
La torre de Babel es una de las leyendas de la antigüedad que ha llegado más viva a nuestra contemporaneidad. En su seno cobija una paradoja, por no decir una contradicción, por un lado la necesidad de comunicarse, franqueando la incomunicación, y por otro la superación de los caracteres diferenciadores respecto al otro. Cuenta la leyenda que hombres llegados desde todas las latitudes del planeta, decidieron construir una torre, sobre la llanura de Senaar, con la que llegar hasta el cielo, pero eso le pareció una arrogancia a Dios, quien decidió crear distintas lenguas para que no se entendieran los seres humanos, condenando el proyecto al fracaso. El lenguaje común como necesidad, pero la incapacidad del hombre para lograr un idioma compartido como insuperable dificultad.
Con frecuencia el tiempo pasado nos revela claves mucho más evolucionadas que el tiempo presente, y en el campo de lingüística, y la necesidad de expresarse y ser comprendido, el modelo del latín, extendido en los tiempos clásicos es un gran ejemplo. Se hablaba en toda la civilización entonces conocida, lo que equivale al territorio de la actual Europa, sin ser una lengua vinculada a un determinado territorio o país, ya que se utilizaba de Norte a Sur, y de Este a Oeste, de lo que entonces era el universo de rutas consabidas y públicas, aunque los más radicales de pensamiento podrían considerar que la Antigua Roma Imperial pudiera identificarse, en extremo, con su expansión y uso.
La torre de Babel es una de las leyendas de la antigüedad que ha llegado más viva a nuestra contemporaneidad.
Hoy, el inglés es el idioma más hablado en el mundo, habiéndose impuesto su uso en los negocios y las relaciones sociales, con 1.348 millones de hablantes, cuadriplicando los nativos de esa lengua (379 millones), seguido del chino (1.120 millones) y el hindú (600 millones), situándose el español en cuarta posición con 543 millones de hablantes, por delante del árabe (274 millones), el bengalí (268 millones), el francés (267 millones), el ruso (258 millones), el portugués (258 millones) y el urdu, idioma oficial en Pakistán, (230 millones).
Pero el inglés, por mucho que se haya impuesto como el más utilizado, está identificado con un origen determinado, un país y una cultura concreta, que para ser válido signo de un todo, está excesivamente identificado con una parte.
«Actualmente, el destino del mundo depende, en primer lugar, de los estadistas y, en segundo lugar, de los intérpretes» (Trygve Halvdan Lie)
A finales del siglo XIX se desarrolló la iniciativa más retadora en cuanto a un idioma único que pudiese ser utilizado en todo el orbe conocido, sin estar identificado con un determinado origen, y ese evocador proyecto fue el esperanto, creado en origen como ‘Lingvo Internacia’ (lengua internacional). Su creador, o al menos quien publicó las bases de dicha lengua en 1887, al final del siglo XIX y a punto de comenzar la época contemporánea, fué el oftalmólogo polaco L. L. Zamenhof, quien con ello quiso dar respuesta a la necesidad de crear una lengua fácil de aprender y, sobre todo, neutral, que fuera el marco adecuado para la comunicación internacional, mas allá que los idiomas nacionales se siguieran utilizando.
El esperanto se utiliza en nuestra contemporaneidad, aunque sus usuarios no pasan de los 2 millones de personas, lo cual lo convierte en una rareza, reducido a un grupo de élite más allá de las evidentes razones practicas que acunaron su nacimiento y creación.
“Usa el idioma que quieras, nunca podrás decir nada más que lo que eres” (Ralph Waldo Emerson)
En un mundo, aparentemente, tan evolucionado como el actual, pocas cosas escenifican mejor las contradicciones que nos atraviesan a quienes habitamos el planeta Tierra como la incoherencia que supone imponer el rasgo diferenciador de los orígenes, según países, razas e, incluso, zonas geográficas, sobre la real necesidad de comunicación entre todos los seres humanos en un idioma común que facilite el entendimiento y la comprensión.
Cierto es que cada vez hay más personas políglotas que se manejan no ya en un par de idiomas, sino en varios, pero la necesidad de reivindicar hechos diferenciales a través de la lengua y las herramientas de expresión y comunicación, no dejan de ser llamativas para el sentido común y la racionalidad, estemos en esta contemporánea tercera década del siglo XXI …o en los tiempos clásicos de Plauto o Séneca.