El pato salvaje, crítica teatral
05 Jun 2022
Henrik Ibsen (1828/1906) es un dramaturgo noruego, considerado uno de los autores que más han influido en la narrativa contemporáneo, siendo fuente de inspiración a otros grandes como Strindberg y Chejov, con grandes creaciones como ‘Casa de muñecas’, ‘Un enemigo del pueblo’, ‘Hedda Gabler’ o ‘El pato salvaje’, obra que vuelve a ser programada en un teatro de Madrid, cuarenta años después que, en 1982, con adaptación de Antonio Buero Vallejo fuera representada en el Teatro María Guerrero con dirección de Jose Luis Alonso.
“Los símbolos son señales visibles de la realidad invisible”
El oportuno hito es afrontado por Carlos Aladro, con versión de Pablo Rosal, en el Teatro de la Abadía de Madrid, espacio del que hasta hace pocas semanas era director artístico, tras haber sucedido al emblemático José Luis Gómez, siendo sustituido, de forma fulminante, por el académico, y recientemente distinguido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, Juan Mayorga.
La expectación y el morbo estaban servidos, entre otras cosas porque al texto de Ibsen encierra una gran carga de profundidad, en forma de un drama tan salvaje como el adjetivo que recibe el sujeto de su título, pero todo ello dentro de la convencionalidad de una familia normal que podría ser cualquiera entre las de los espectadores que acuden a presenciar la propuesta.
“Los hombres destruyen muchas cosas para crear felicidad”
Vínculos familiares, peripecias domésticas, hijos, padres y abuelos que se relacionan entre sí, aunque condicionados por una diferente fortuna que, puntualmente, pone su foco más en unos hogares que en otros.
Pero un ‘misántropo’, con vínculos con el creado por Moliére, aparece, inicialmente cortés, elegante y educado, pero tan maximalista y puritano que termina por dinamitar la cordial vivencia de dos familias, unidas en su historia, aunque autónomas en sus peripecias, bondades y miserias, inmiscuyendose en las vidas ajenas. Éste, de nombre Gregers Werle, convertirá la verdad, en prioridad máxima, contaminando de infelicidad a aquellos a quien enuncia querer ayudar, para desatar con ello la tragedia y el dolor extremo.
“Permanecer en el problema es la historia de la humanidad”
El señor Werle (padre de Gregers) y el capitán Ekdal han sido socios de negocios que terminaron con éste en la cárcel, mientras aquel sacó tajada económica, con margen para mostrarse magnánimo con su antiguo asociado. Gregers, muchos años después, tras alejarse en relación a lo sucedido con los Ekdal, vuelve a la casa de su padre, coincidiendo con una fiesta en la que éste presenta a su nueva prometida, Berta, allí se encuentra con Hjalmar Ekdal, su antiguo amigo e hijo del capitán. Hjalmar se va pronto, pero tiene tiempo de comentar con Gregers que su mujer es Gina, aquella empleada que cuidó de su madre en sus últimos días. El señor Werle vuelve a perder a su hijo, quien decide irse a vivir con los Ekdal, convirtiéndoles en víctimas a través de la verdad …al menos de ‘su verdad’.
Hedvig, la hija de Hjalmar y Gina, cuida de un pato salvaje que su abuelo llevó hasta el desván de la casa, que termina por convertirse en el centro de atención de toda la familia… ¿cómo cazó usted al pato, capitán?. “Los patos salvajes, cuando están heridos, esos tercos animales se van al fondo del agua, en la ciénaga, y con sus picos se sujetan allí abajo”.
“Esto es lo que pasa cuando en nombre de la verdad, nos metemos en casa ajena y reclamamos nuestra propia salvación”
El espacio escénico diseñado por Eduardo Moreno, en su zona central recrea la casa de los Ekdal, dejando visibles a sus costados, a la vista del público, sendos rincones donde los actores cambian su vestuario según la escena, así como el lugar donde se ubica un teclado que es utilizado por Nora Hernández para interpretar temas musicales. Adecuadas aportaciones de Almudena Bautista en el vestuario y Pau Fullana en la iluminación.
Entre las interpretaciones destaca de manera especial Jesús Noguero, consistente en su recreación del señor Werle, así como dando piel al Dr. Relling, personajes que, por supuesto, no coinciden en escena, a los que sabe dotar de distintos perfiles. Eva Rufo, desde la moderación, sabe ir de menos a más en el rol de Gina, ganando en su prestación cuando más poliédrico, y esencial, se revela su personaje. Nora Hernández consigue que veamos en ella a la adolescente de catorce años que es la Hevig que interpreta. Pulcro y medido resulta Javier Lara en el puritano, y entrometido, Gregers al que da piel, y un punto menos convincente resulta Juan Ceacero como Hjalmar Ekdal, quizás más dotado para la comedia que para el drama. Correctos Ricardo Joven como Capitán Ekdal y Pilar Gómez como Berta, quien también asume el papel de narradora, micrófono mediante.
“Yo procuro mantener viva su mentira vital”
Interesante y oportuna esta revisión de ‘El pato salvaje’ en esta contemporaneidad nuestra, en la que el buenismo, del que forma parte el puritanismo absoluto de la verdad, más exactamente de la verdad de parte; más allá de los ecosistemas que cada grupo, social o familiar, y por supuesto cada individuo construya para sí y los suyos, y es que y tal como se afirma en el texto de esta obra: ‘la vida no estaría tan mal si nos dejaran tranquilos todos esos acreedores de integridad, moralidad y normalidad‘. Espectáculo programado hasta el 19 de junio en el Teatro de la Abadía.