El burlador de Sevilla
18 Oct 2015
Actualizar a los clásicos es una suerte interpretada con reiteración a lo largo de la historia del teatro. El año pasado Juan Mayorga nos mostró un Tenorio más terrenal y canalla, que dirigido por Blanca Portillo fue trufado de ciertos ripios de interés y otros no tanto, pero con un resultado interesante y compacto, del que seguimos recordando la reinterpretación de la conocida escena del sofá, culminada con el erotismo de la dulce visión del desnudo de Doña Inés, a través del cual, el implacable conquistador cae preso de ella, o el novedoso protagonismo adquirido por el personaje de Brígida, impregnada de los rasgos de seducción que se eliminan en Don Juan; para mostrar a aquella, en escena, masturbando a Tenorio o copulando con Ciutti.
La adaptación del texto clásico, atribuido a Tirso de Molina, de “El burlador de Sevilla”, realizada por Dario Facal no consigue sus objetivos. En el programa de mano se habla de celebración de los sentidos, se habla de sensualidad, erotismo … literatura, música, comida y teatro, pero el espectáculo como tal no fluye y ocurre desde muy al principio, siendo presa del lío de cables de micrófonos antiguos –ignorando por qué no se opta por elementos inalámbricos-, quienes primero caen en esa inútil red de araña son los actores, que buscan cual utilizar en cada caso, cediéndoselos unos a otros, lo que llega a generar más de una sonrisa en el patio de butacas, que suponemos no buscada. La sensación que predomina es la de confusión.
En la primera escena del espectáculo se muestra el guiño más conseguido en el tratamiento de esta reinterpretación, al utilizarse una cámara de video que reproduce el encuentro íntimo entre Don Juan (Alex García) y la engañada Duquesa Isabela (Marta Nieto), el resultado es acertado, convirtiendo a cada espectador en un sorprendido voyeur, lo cual se repite de nuevo en la escena con Tisbea, dentro de una cabaña, quizás en el momento que mayor perversión consigue el montaje, aunque la cabaña en sí y la forma de aparecer en escena, y de desparecer, son perfectamente mejorables y muy lejos de las verdaderas capacidades de los equipos técnicos del Teatro Español.
El teatro es divertimento y lo peor que puede ocurrir es que aparezca el aburrimiento, este espectáculo no resulta creíble, enredado inicialmente entre los cables de los micrófonos y definitivamente lastrado por un exceso de pretenciosidad que no logra que la musicalidad del texto aflore, ni que el erotismo brote, condenando a los desnudos que aparecen en escena a ser la coartada de cierta crítica facilona por mezclar a Tirso de Molina, con tetas y penes, sin que la sensualidad de verdad llegué a aparecer en escena hasta, si acaso, el cuadro final en el que el condenado Don Juan –diferencia básica entre el texto de Tirso con el de Zorrilla, quien sí le permite redimirse a través de Doña Inés- es arrastrado hasta una especie de orgia donde se entremezclan los cuerpos desnudos de todo el elenco, y sus personajes, en lo que parece una alegoría de lo que Facal quiere resumir del personaje: su enorme necesidad de vivir rápido y tener un bonito cadáver.
En Madrid hay cientos de representaciones teatrales cada día, muchas de ellas hechas con pocos medios, pero que consiguen ir sobreviviendo gracias al público y al “boca a boca”, por eso resulta doloroso ver como una producción como ésta, con apoyo público y recursos como para situar trece actores en escena y estar programada durante dos meses en el Teatro Español, devenga en un intento fallido. El planteamiento de un ejercicio transgresor en busca del erotismo místico del siglo XVII, resulta “un quiero y no puedo”, con desnudos integrales que, más que verse, se intuyen, con escenas sexuales que no pasan de la representación, resultando frías y poco convincentes.
Las interpretaciones del elenco quedan subsumidas por el no funcionamiento del espectáculo y su falta de ritmo, siendo un exponente de ello los tres errores que llega a cometer Luis Hostalot en un monólogo de su personaje, Pedro Tenorio. En general el verso de Tirso no luce en las declinaciones del elenco, con la salvedad de Manuela Vellés, en un recitado de su papel de Tisbea, al decir: “…yo, de cuantas el mar / pies de jazmín y rosas / en sus riberas besa /con fugitivas olas, / sola de amor exenta, / como en ventura solo / tirana me reservo / de sus prisiones locas”.
Tras dos horas de espectáculo, llegado el final, el elenco empezó su saludo al público antes de que arrancaran los aplausos, algo inequívoco sobre el resultado de la propuesta de Darío Facal, mucho antes hubo público que abandonó la representación, los ocupantes del palco colindante al que yo ocupaba lo hicieron a los 15’ de la representación. Lamentablemente un cierto objetivo de trascender en la puesta en escena de esta actualización, termina por condicionar su ritmo, el aburrimiento aflora pronto y el resultado es un despropósito con todas las letras. Dicho queda, con todo el respeto.
Completamente de acuerdo con lo expuesto. Se pueden hacer versiones libres de textos clásicos, pero lo mínimo que se debe hacer es declamar correctamente el texto, y dar a la poesia su ritmo y su entonación, cosa que no ocurrió en casi ningún momento de la representación.
Gracias por el comentario y la opinión, totalmente ajustada a la realidad, por cierto.
Pues la verdad es que a mi me gustó y me gustó mucho. Es otra forma de hacer y ver teatro, sólo se necesita ir con la mente abierta hasta dejarte llevar, cierto es, no voy a negar, que los cables y los micrófonos resultan chocantes y en momentos desluce el trabajazo de los actores (pero es el estilo propio de Facal), tal vez no sea el tipo de obra que estamos acostumbrados a ver en el Teatro Español y sea algo más acorde a otro tipo de salas como el Matadero, por el tipo de público que acude a cada una de ellas, pero sinceramente yo no cai en el aburrimiento, yo reí, sentí, vibre e incluso ahora, hoy, sigo pensando en lo que vi y la verdad, que una obra teatral te haga seguir pensando tiempo después de haberla visto y disfrutado es, posiblemente, uno de los mejores logros ¡la no indiferencia! Y esto la mantiene viva.
Pero bueno, como se suele decir y cayendo en tópico, para gustos los colores y este Burlador de Sevilla es ahora mi color favorito.
Gracias por el comentario, la opinión y la participación en este blog. El teatro, como arte, busca la conexión y la reacción del público, y cada persona siente, y vive, su propia experiencia y como tal, absoluto respeto por la suya. La mía es la que he volcado en mi crítica y, creame, siempre es más fácil regalar halagos.