Eduardo II, Ojos de niebla; crítica teatral
28 Sep 2020
El siglo XIV se hace presente en la escena teatral madrileña a través del personaje de Eduardo II, Rey de Inglaterra entre el 8 de julio de 1307 y el 20 de enero de 1327, perteneciente a la familia de los Plantegenet, a partir de un texto de Alfredo Cernuda inspirado en la obra de teatro de Christopher Marlowe, estrenada en 1592, cuyo título completo es “El problemático reinado y la lamentable muerte de Eduardo II, rey de Inglaterra, y la trágica caída del orgulloso Mortimer”.
“El Rey está retozando con su amante”
Setecientos años después de los hechos no hay certezas de los detalles concretos del personaje, sus peripecias y sus sufrimientos, pero la literatura hace llegar hasta nuestros días el perfil del personaje protagonista como un rey chantajeado por su presunta homosexualidad, como ingrediente central de una lucha por el poder y las intrigas vinculadas a ello, del que su propia esposa y sus hijos no son extraños, como tampoco la Iglesia y sus jerarcas, ni por supuesto la banca. Es decir, exactamente igual que en este siglo XXI a pesar de que podamos pensar que nunca el mundo vivió lo que vive hoy.
Gran acierto del texto de Cernuda es dotarlo de una forma verbal totalmente contemporánea, alejada de los giros lingüísticos de la época original, lo cual consigue contactar al espectador rápidamente, y en la práctica desde el propio minuto uno del espectáculo.
“Nunca me ha gustado este juego del ajedrez, el rey sólo dispone de movimientos cortos, mientras la reina lleva el peso de la batalla”
La trama se plantea, de forma eficaz, en tres únicas escenas, dotando a la palabra del papel protagonista absoluto. En la primera escena se hace presente la confrontación entre el hombre, que es Rey, sobre todo ser humano, frente a la mujer con quien se casó por conveniencia de ‘Estados’, por un lado Inglaterra y por otro Francia, cuyos frutos son cuatro hijos y un heredero para la Corona de ambos reinos. Objetivo cumplido, ¿qué más se le puede exigir al Rey?. Pero la Reina se siente humillada por su marido y la trama no ha hecho más que empezar.
La segunda escena nos regala lo mejor del espectáculo, con la interacción de los personajes del avaro Tolomei, prestamista judío que representa el rol de la banca y sus permanentes intereses a varias bandas, estupendamente representado por un Manuel Galiana que, a punto de cumplir los ochenta años de edad, nos brinda lo mejor de su quehacer, dotando a su personaje de ironía, cinismo, pragmatismo y, sobre todo, mucho sentido del humor, dentro del menos común de los sentidos; junto a Orleton, obispo de Hereford, absolutamente radicalizado en la rigidez de una doctrina terrenal, nada celestial. Los límites marcados por ambos personajes son estupendamente utilizados por el rol de Eduardo II, a través de José Luis Gil, para mostrar las incongruencias de uno y otro, mientras el ejercicio del poder aún le dota de superioridad ante sus lacayos y plebeyos.
“El odio es lo único que me une a vos”
La escena final con la traición ya desencadenada de la Reina sobre su Rey, entregada su cama a Mortimer, igual que su marido hace con Hugo Le Despenser, como antes hizo con Piers Gaveston, muestra a Eduardo II, un momento antes de ser derrotado, luchando por mantenerse en su rol, hasta que sus propios sentimientos le llevan a abdicar como preámbulo de la impactante escena que enmarca su muerte.
La dirección de Jaime Azpilicueta prima la palabra por encima de cualquier otro elemento, supeditando tanto la escenografía y resto de medios técnicos a la forma verbal, y acierta en ello. No obstante lo cual es de destacar el trabajo de Juan Manuel Zapata que da protagonismo en la escena al gran trono del Rey, como elemento dominador, utilizando un suelo ligeramente elevado que proporciona profundidad visual. Acertada iluminación de Juan Ripoll y adecuado vestuario de Sastrería Cornejo. La caracterización y maquillaje de Mauro Gastón nos deja el poso amargo de la peluca empleada en Eduardo II, perfectamente mejorable.
“Los ojos de niebla se adueñarán del mundo”
Dentro de las interpretaciones destacan de manera notable los trabajos de José Luis Gil, como Eduardo II, y Manuel Galiana, como Tolomei (más allá de algún pequeño olvido en el texto), ambos marcan un desempeño varios cuerpos por encima de las prestaciones de Ana Ruiz, envarada en exceso en la primera escena como Isabel de Francia y confortablemente instalada en la venganza en la escena final, resultando poco creíble, aunque por encima del desempeño de Carlos Heredia, como Mortimer, un personaje difícil de conseguir las simpatías de nadie, pero su prestación lo hace imposible. Ricardo Joven, aún sin destacar, consigue mantenerse en un nivel más discreto, en su rol de Olerton.
Interesante propuesta la que realiza Pentación Espectáculos para comenzar la temporada 2020/2021 en el Teatro Bellas de Artes, con éste Eduardo II, en el que podemos disfrutar de un estupendo José Luis Gil, magníficamente acompañado por Manuel Galiana, en un historia en la que más allá de los detalles, la lucha por el poder ocupa el centro de la trama, con las pasiones de unos y las ambiciones de otros como herramientas para alcanzarlo. Para llegar a preguntarnos ¿tiene derecho quién ejerce el poder a amar y a ser quien quiere ser?. Quizás la respuesta, setecientos años después, siga sin ser políticamente correcta.