Cualquier tiempo pasado fue mejor …o quizás no
22 Abr 2020
Marcos miraba a su hijo recién nacido, sin ser capaz de reconocer en él esos parecidos que tanto le repetían que tenía, a un lado u otro de la familia, por vínculo sanguíneo o político.
Pero su asombro partía de la evidencia de la cantidad de amor y cariño que podía sentir por ese pequeño bebé, de poco más de dos kilos y medio, al que había visto cara a cara, por primera vez, hacía solo unas horas y de la certeza, que ya tenía dentro de sí, de que por él daría su propia vida. “Mi hijo, mi hijo…“, repetía insistentemente en su cabeza, “…será un hombre del siglo XXII”.
El mes de noviembre de dos mil ochenta, en Madrid, había comenzado seco, pero frio, el cielo despejado engañaba y se ajustaba, perfectamente, a la descripción hecha por Antonio Machado hacía más de ciento cincuenta años atrás, aquella de “blancas sombras en los claros días” que tanto repetía su abuelo.
“Vivimos en tiempos extraños en los que somos inducidos a actuar como si fuésemos libres” (Slavoj Žižek)
El doctor les había visitado, junto con el responsable social del distrito que gestionaba la dirección de su domicilio, informándole que deberían permanecer en el hospital otras cuarenta y ocho horas, destinadas a realizar al pequeño “Leo”, los implantes necesarios para dotarle de los soportes tecnológicos que le permitieran servir de plataforma, y receptáculo, a los programas de software que precisaría en el próximo tiempo.
La aceleración en los sistemas de educación y formación había sido la gran evolución de los últimos decenios, volcados en la experimentación a partir de la base científica de la que tecnológicamente se dotaba a las personas según sus posibilidades, esa era la expresión máxima de los diferentes niveles socio-económicos, aún con la contrapartida de que esa misma información, y software, incluyera lo más íntimo de cada persona, desde sus usos y tendencias, a su información médica y sanitaria, siempre actualizada, siempre disponible.
”De casi todo hace veinte años” (Jaime Gil de Biedma)
Marcos, asomándose a la ventana, se entretuvo en observar la coreografía que suponían los movimientos de las centenas de vehículos autónomos, cuyo uso se compartía a través de la gerencia de la ciudad, que surcaban la metrópolis en sus tres dimensiones espaciales, más arriba, más abajo, más allá, más acá …y su mente viajó, de nuevo, a los relatos de su abuelo cuando le compartía sobre lo importante que era para los hombres y mujeres de final del siglo XX, la propiedad de un coche en el que transportarse por tierra, a los que llamaban automóviles, y que eran como el caballo que montar, para el protagonista de un viejo western de la época de oro del añorado Hollywood.
Ahora que el viaje aéreo de Madrid a Pekín, capital del mundo conocido, se realizaba en poco más de dos horas, le asombraba que hacía, escasamente, cincuenta años se asumiera el viaje en un vehículo que exigía concentración y atención absoluta, durante cinco horas, simplemente para ir un fin de semana a la playa.
“La vida es algo complicada y difícil, imposible de describir, que consiste en ir haciendo” (Josep Pla)
Tiempo de trabajo. El holograma de su supervisora en la empresa de biotecnología en la que trabajaba, surgió ante sí, junto con el contador de horarios que acumularía el tiempo de dicha conversación, computándolo dentro de su horario de trabajo, según las convenciones laborales habían establecido para regular el sistema de teletrabajo desde su implantación, con carácter esencial y básico, a mitad de los años treinta del siglo XXI, bajo el patrocinio de la OIT.
La Dra. González Pinillos no se detuvo en excesivos convencionalismos para felicitar al nuevo padre y pidió a su interlocutor concreciones exactas sobre cuándo dispondría del informe que le pidió hace 72 horas. Había que cumplir con las cuotas y no era opción perder tiempo.
“La humanidad tiene un margen de mil años antes de autodestruirse a manos de sus avances científicos y tecnológicos” (Stephen Hawking)
Marcos no la terminaba de entender del todo, había microcortes en la imagen, también en el sonido, y le quedaba la duda de si era porque no le prestaba demasiada atención (él a ella), o si la versión del software vinculado al holograma no era la más actualizada, haciendo firme intención de revisarlo en cuanto pudiera.
En la conversación con su responsable, ésta le recordó que tenía que atender la reunión telemática prevista con el Dr. Liu Hesheng, el próximo martes, a las 12 horas de la mañana, hora de Shangai (lo que suponía seis horas antes para Marcos) a fin de informar a aquel de la evolución del nuevo plasma que estaban desarrollando, cuyo lanzamiento comercial estaba previsto para el próximo año. En ese momento y más allá del recuerdo del madrugón, celebró la capacidad para hablar, y entender, un idioma diferente al propio, ahora no era una barrera a superar a base de aprender su gramática y lenguaje, sino que dependiera, tan solo, de volcar el software adecuado en la base tecnológica de los microchips que llevaba bajo su piel, conectados con su sistema neuronal y cerebral.
«En la vida, a diferencia del ajedrez, la vida continúa aún después del jaque mate» (Isaac Asimov)
Por un momento quedó reflexionando. Hacía décadas había monedas distintas según los países, sin embargo hoy todas las sociedades civilizadas se mueven, económicamente, a través una misma moneda virtual que no pasa de mano en mano, sino únicamente se contabiliza según la identificación de cada persona; al tiempo que nunca hubo más Estados que hoy, el mundo se atomizó desde los albores de la década de los años 40’s, dando por acabados proyectos como el de la UE, absolutamente fracasado, que terminaron por ser el germen de escisiones y nuevos proyectos, al que solo fue inmune la milenaria China. La paradoja máxima se expresaba en la sede de las Naciones Unidas, en New York, cuya disposición física había tenido que ser reformada para dar acomodo a los más de veinte nuevos Estados proclamados a partir de los años 20’s del siglo XXI, tras la crisis económica y social desencadenada como consecuencia de la gran pandemia del Covid-19 en el año 2020.
Por un momento cesó en sus pensamientos y volvió a observar la cara de Leo, ello le relajó y trató de imaginar como sería el futuro de ese hombre del siglo XXII que tenía ante sí, ¿cómo serían los condicionantes de su día a día?, ¿cual sería el producto estrella, con mayor demanda que oferta, que dominaría su cotidianidad, como lo había sido el petróleo en época de su abuelo …y como ahora lo era el agua?.