Copenhague, crítica teatral
28 Jul 2019
La esencia del pensamiento humanístico se sustenta en la filosofía, y la alegoría máxima de la racionalidad encuentra en las matemáticas y la física sus ciencias por excelencia. ¿Es posible realizar planteamientos filosóficos desde las matemáticas y la física?, ¿hay capacidad filosófica que explique las matemáticas y sus normas?.
“Las matemáticas son diferentes cuando se aplican a la gente …1+1 puede dar muy diferentes resultados”
En cuanto a ciencias desarrolladas por seres humanos es más que posible que efectivamente, por difícil que parezca, exista un vínculo de pensamiento que pueda unir especialidades, en apariencia, tan alejadas las unas de las otras y sobre esa hipótesis parece desarrollarse el planteamiento que Michael Frayn, reputado, y premiado, dramaturgo británico construye uno de sus textos más reconocidos, “Copenhague”, cuya trama construye a partir de la recreación del encuentro, en 1941, en la capital danesa, por entonces ocupada por las fuerzas “nazis” alemanas, entre Niels Bohr, padre de la “Física Cuántica” y Premio Nobel en 1922, con su alumno y cercano colaborador en esa década del siglo XX, Werner Heisenberg, posteriormente también galardonado por la Academia sueca, en 1932, en reconocimiento a su promulgación del “Principio de Incertidumbre”.
“Ese es tu problema: te regodeas en las contradicciones y las paradojas”
¿Qué llevo a Heisenberg a visitar a Bohr en ese momento?, ¿qué es lo que terminó con los años de colaboración entre ellos dos en 1925?, ¿por qué no volvieron a verse hasta 1941?.
Cómo profesor y alumno que fueron es posible que los cambios en los roles entre ambos tuvieran un efecto en su relación personal, pero es evidente que las consecuencias de los convulsos años 30’s del siglo pasado y los ambientes prebélicos, y bélicos, que se desencadenaron en la II Guerra Mundial también encerraran claves al respecto.
«El universo existe en la medida en que puede ser comprendido en el cerebro del ser humano”
Frayn construye un texto que se pregunta, sin dar respuestas, sobre lo sucedido en torno a aquella visita, en cuya parte inicial hay un exceso de referencias científicas, que lo convierten en excesivamente denso, no fluyendo con la necesaria ligereza, a pesar del esfuerzo de los intérpretes. El público es exigido con su atención máxima para conseguir seguir la trama, a base de referencias históricas, datos, cifras, formulaciones científicas, fechas, personajes, etc… todo lo cual se rebela excesivo para que finalmente la linea argumental esencial consiga aflorar, en forma de la metáfora de dos hombres brillantes, grandes científicos, que terminan por poner todo su conocimiento al servicio bélico de sus respectivos países, en dos bandos enfrentados, toda una alegoría frente al gran equipo que, en colaboración, fueron capaces de construir solo unos años antes.
“El presente se diluye constantemente en el pasado”
Claudio Tolcachir dirige el espectáculo, adaptando el texto de Frayn, de una manera sobria, presentándolo con sencillez a partir de una escenografía fija diseñada por Elisa Sanz, que recrea el exterior de la casa de Bohr con unos árboles y bancos que la iluminación de Juan Gómez Cornejo presentan con un aire otoñal, generando una cierta zozobra que viene muy bien a la trama.
Los personajes de Bohr y Heisenberg son representados, respectivamente, por Emilio Gutiérrez-Caba y Carlos Hipólito, realizando, ambos, trabajos más que dignos, si bien el personaje de Heisenberg termina por acabar dotado de perfiles más poliédricos, atrapado entre su admiración a Bohr y los intereses que le llevan frente a él; mientras que el personaje de quien fue su maestro aparece con menos matices y algo encallado en la duda. Malena Gutiérrez interpreta a Margrethe, la esposa de Bohr, cuyo personaje es definido en el programa de mano por Tolcachir como el puente para acercarnos, nosotros los legos de física cuántica, a las disquisiciones entre los dos científicos, si bien, y creemos que más por el texto, que por su trabajo, no lo llega a conseguir del todo.
«Soy tu enemigo …y también soy tu amigo»
Espectáculo que, como es habitual en la programación del Teatro de la Abadía, resulta irreprochable, bien dirigido y correctamente interpretado, cuya dificultad máxima radica en el propio texto escrito por su autor, pero destacable porque nos hace reflexionar sobre el sofisma que es capaz de convertir a dos científicos, unidos en el conocimiento, en instrumentos bélicos, enfrentándonos a la paradoja de la responsabilidad del investigador para que su saber acabe utilizado para fines perversos de destrucción, consiguiendo responder una de las preguntas que realizábamos al inicio de estas lineas: sí es posible unir filosofía y física …¡demonstratum est!.