Cartas de amor, crítica teatral
13 Feb 2020
Una buena obra de teatro es el resultado de un trabajo en equipo de un conjunto de habilidades y capacidades, siempre lideradas por el director del espectáculo, construida a partir de un texto que funcione por si mismo y que sea capaz de soportar toda la estructura dramática, contando, desde luego, con unas interpretaciones adecuadas, junto con unos oficios técnicos (escenografía, iluminación, sonido, etc…) que sean capaces de resaltar la propuesta.
Lo que es imposible, y causa del no funcionamiento de ciertas representaciones en la escena, es construirla a partir de un texto, o guión, que no funcione. Ejemplos tenemos muchos y no voy a incidir en casos que todos tenemos en la mente.
“Querida Melissa: ¿Quieres ser mi novia?”
David Serrano, como director, con Julia Gutiérrez-Caba y Miguel Rellán, como actores, e interpretes, llevan cuatro años recorriendo los escenarios de toda España con la obra “Cartas de amor” y, más allá de las capacidades, sobradamente demostradas, de ellos tres, el éxito de esta propuesta nace de un texto hábilmente escrito por A. R. Gurney (Candidato al premio de Pulizer de teatro en 1990 con esta obra), que es capaz de contar una historia, y emocionar con ella, a través de los textos de las cartas que soportan la relación, básicamente, epistolar, entre sus dos protagonistas, Mellissa Gardner y Andrew Ladd III, a quienes dan piel, de forma magnífica, Julia Gutierrez-Caba (87 años), casi veinte años después de su anterior papel teatral en “Madam Raquin” (2001), y Miguel Rellán (76 años), que a través de la lectura de ‘esas cartas’ y sin necesidad de levantarse del sofá donde permanecen sentados durante toda la representación, incluso sin mirarse el uno a la otra, y viceversa, son capaces de dar una verdadera lección de interpretación y saber estar, conmoviendo a los espectadores que acuden asombrados a la demostración de su talento.
“Hablar por teléfono no tiene nada que ver con escribir cartas”. “Las cartas tienen una ventaja sobre el teléfono… ¡no las puedes colgar!”
Melissa y Andy, comienzan su relación “epistolar” con 8 años ambos, cuando éste escribe una tarjeta de agradecimiento por haber sido invitado al cumpleaños de ella, a partir de ahí comparten mensajes que comienzan encarnando sentimientos pre-adolescentes para convertirse en una constante en sus vidas, que recorre su juventud, madurez y vejez, hasta llegar a mantener una relación física, como amantes, que no consigue consolidarse, ni llegar a la intensidad y permanencia del vínculo de sus epístolas.
La vida se sucede entre las cartas de ambos. Él se alista en el ejercito, vive en Japón, a su retorno se incorpora a la administración como abogado, se casa y tiene hijos, entra en política y consigue un puesto en el Senado. Ella no conseguirá cuajar en la pintora que atesora el talento de su arte dentro de sí y su vida familiar será desposeída de sus hijos, tras la separación de su marido, mientras el alcohol hace presa de ella. ¿Por qué una relación epistolar de más de cincuenta años, entre un hombre y una mujer, no logra saltar al terreno de lo real?, es evidente que los miedos de ambos y la dificultad de la renuncia, no consiguen hacerlo posible.
“¡Las cartas son inmortales!”
David Serrano acierta con el ritmo en el que se suceden las lecturas de los textos de las cartas de Andy (Miguel) y Melissa (Julia), enmarcado por una sutil escenografía de Mónica Boromello, en la que juega un papel principal la iluminación de Ion Anibal López en el que toman protagonismo unas luces, como si fueran velas, que van apagándose, poco a poco, según avanza la obra, en metáfora con los propios protagonistas.
Pero sin duda esta obra no tendría el resultado que tiene, si no fuera por sus magníficos interpretes, con Julia Gutierrez-Caba dotando a su papel de gran feminidad, coqueta cuando toca, seductora y provocadora, pero también doliente en los momentos que corresponde; con un Miguel Rellán que nos hace ver, en él, al niño de ocho años que empieza a escribir a Melissa, con la misma ductilidad que representa al senador, que no está dispuesto a perder su status social y político por nada, tampoco por quien ha sido su verdadero amor durante cinco decenios.
“Me da miedo hablar. Me aterra. Prefiero las cartas”
Es un deleite disfrutar de una obra intimista como ésta, bien escrita, adecuadamente dirigida, perfectamente enmarcada en unos sutiles y eficaces recursos técnicos, y brillantemente interpretada. A veces la la sencillez es lo que más se aproxima a la perfección y esta obra es un ejemplo de ello.