Borbón & Bribón
28 Dic 2020
A veces el subconsciente, igual que las causalidades revestidas de casualidades, encierran curiosas alegorías.
Situados a estas alturas del año 2020, puede producir una mueca, quizás de desagrado, incluso de misericorde sonrisa, el hecho de que la saga de barcos utilizados por Juan Carlos de Borbón, en su reinado en España, fuera bautizada como “Bribón”, término cuya palabra, según la RAE, responde a un adjetivo cuyo significado es haragán, pícaro, bellaco o persona dada a la briba, es decir que se mueve en la picaresca y se da a ese tipo de vida, lo cual no parece una referencia, aún hiperbólica, muy adecuada para ser identificada , o utilizada, en la cercanía de un jefe de Estado.
Buscando en las hemerotecas se asigna la autoría de tan célebre “alias” para la saga de barcos reales a José Cusí, íntimo amigo del rey emérito y armador de las embarcaciones náuticas utilizadas por éste; recogiéndose el dato de que el nombre preferido por el egregio navegante era “Shere Khan” (‘Señor Rey’ en dialecto indio) en otro curioso guiño con los países orientales tan de su predilección.
«La Ley es igual para todos … pero existen unos deberes inexcusables de ejemplaridad para quienes tienen responsabilidades públicas» (Juan Carlos I)
Antes que Juan Carlos I, Francisco Franco también tuvo un barco institucional para su uso, cuyo nombre elegido era menos equivoco: «Azor«, desconociéndose si dicho término tenía alguna intencionalidad en su significado como ave rapaz especializada en volar entre los árboles para capturar a sus presas. Aunque parece que antes utilizó otro, construido en madera en 1925, al que bautizó como “Azorín”, quizás encerrando alguna clave política y social del momento, vinculada al periodista y escritor José Martínez Ruiz. Siendo posible que el nombre elegido de “Azor” para el encargado a los Astilleros Bazán para su recreo, en 1949, fuese una contracción del alias del utilizado hasta entonces, como “Azorín”.
Pero dejemos el «Azor» y a su ínclito usuario y volvamos al «Bribón«, que más allá de las curiosidades del origen por el que fue bautizado con ese nombre, rima con Borbón, palabra de seis letras como aquella. No me dirán que no son pocas coincidencias y redundancias.
«Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir » (Juan Carlos I)
Quien fuera jefe de Estado de España, más de treinta y nueve años, entre el 22 de noviembre de 1975 hasta el 19 de junio de 2014, es seguro que se arrepentirá de muchas cosas, más allá de su célebre petición de disculpas ante todos los españoles, a través de las cámaras de televisión, del dieciocho de abril de 2012 (“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”), tras la ‘cacería de Botswana’.
Para empezar, seguramente, de haber abandonado voluntariamente el poder creyendo que los problemas finalizarían con ello. Con seguridad de muchas de las cosas hechas ‘como siempre’ cuando su inviolabilidad era ya historia y quizás también de cuestiones enmarcadas en su tiempo de inviolable, o quizás no, como el presunto regalo de cien millones de dólares (sesenta y cinco millones de euros) recibido de la familia real de Arabía Saudí, vinculado a sus buenos oficios dentro del megacontrato de construcción del AVE a La Meca, encargado a un consorcio de empresas españolas, luego generosamente puesto en manos de Corinna Larsen (quien prefiere ser referida como Corinna zu Sayn-Wittgenstein) en agradecimiento a los desvelos de ésta por él.
«Afortunadamente vivimos en un Estado de Derecho y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada de acuerdo a la Ley. La Justicia es igual para todos» (Juan Carlos I)
Podría ser que incluso sucediera lo mismo respecto de su rol en algún misterio que aún reposa bajo los efectos de la Ley de Secretos Oficiales, sobre lo que realmente ocurrió alrededor del 23-F.
Quizás se arrepienta hasta de su exceso de campechanía y afán de seductor, habiendo acumulado una lista interminable de amigas entrañables, atraídas por el refulgor del poder y sus prebendas, hasta llegar a caer en las redes de una telaraña, tejida en torno a sí por quién llegó a dar cobijo dentro de los límites de la propiedad del Patrimonio Nacional destinada a la jefatura del Estado.
«Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad, o la ética, es natural que la sociedad reaccione» (Juan Carlos I)
Tras las negociaciones con Hacienda de Messi, Cristiano, Bertín Osborne, Imanol Arias, Mario Conde u otros poco ejemplarizantes contribuyentes fiscales; quien desempeñó el rol de primero de los españoles durante casi cuarenta años, es quien se acoge a los beneficios de una regularización impositiva, abonando 680.000 euros, antes de que se inicien actuaciones al efecto por la AEAT, con una agilidad que demuestra ‘grandes reflejos’, a pesar de sus 82 años de edad. Cantidad, por supuesto, que afecta exclusivamente a sus tiempos de terrenal ciudadano a efectos tributarios (desde junio de 2014), porque de los treinta y nueve años de inviolabilidad ni hablamos.
Juan Carlos de Borbón reinó en España durante casi cuatro décadas, habiendo generado en torno a él, en su primera etapa, unos grandes índices de aceptación popular, al saber encarnar en su imagen la simbología de lo que supuso lo que se conoció como transición (sin olvidarnos de Adolfo Suárez a dicho efecto), para emprender luego un camino, acelerado en los últimos años, que le llevó, primero a abdicar, luego a retirársele cualquier asignación presupuestaria de la Casa Real, hasta llegar a ocupar hoy un suite en un lujoso hotel de Emiratos Arabes Unidos. Parece evidente que el viaje emprendido incluyó más de un error y que la campechanía se pasó de frenada.
«Junto a la crisis económica me preocupa también, enormemente, la desconfianza que parece estar extendiéndose en algunos sectores de la opinión pública respecto a la credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones. Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad, sobre todo en las personas con responsabilidades públicas» (Juan Carlos I)
Se sabe que quiere volver a España, quizás lo tenga que terminar haciendo para comparecer ante un tribunal de justicia, aunque más allá de que alguna de sus conductas llegue a ser considerada como delito o no, lo conocido respecto a sus actos, entre donaciones ocultadas, gastos opacos, tarjetas ‘black’ o testaferros resulta fétido y repulsivo, más allá de sus aciertos al frente del Estado.
Nada más descorazonador para un conjunto de súbditos, que su propio líder defraude la caja común. Puede que no haya delito, pero las consecuencias son irreparables. Borbón & Bribón.