Blackbird, crítica teatral
26 Abr 2017
“…quien no tiene alas no debe tenderse sobre abismos”, decía Friedrich Nietzsche, e Irene Escolar, descendiente de una gran dinastía de actores que se remonta cinco generaciones, se involucra hasta el tuétano en este proyecto de Blackbird y como tal ‘pájaro negro’ se lanza sobre el abismo, acreditando que la vida, y el teatro, sin riesgos, no son tales, y no lo hace únicamente desde el complejo papel que representa Una, la protagonista femenina de este drama; tan antiguo como la humanidad, en el que un hombre maduro y una niña de doce años transgreden los principios y las leyes morales para compartir lo que califican como amor, superando los roles de víctima o abusador, ¿es pasión, es enamoramiento, exclusivamente curiosidad por superar los límites, desconocimiento o simplemente abusos sexuales de un adulto a una menor?; sino que compró los derechos de esta obra, escrita por David Harrower, convencida de que su texto le haría crecer, tanto a nivel personal, como actoral.
“…quien no tiene alas no debe tenderse sobre abismos”
Los límites del riesgo impulsados por Irene Escolar con su implicación en el proyecto, encuentran eco en “El Pavón Teatro Kamikaze” continuando con la buena senda marcada en la elección de su programación, con la producción de este proyecto de Jordi Buxó y Aitor Tejada, corriendo la adaptación del texto por parte de José Manuel Mora.
La escenografía, de Mónica Boromello, está marcada por dos diferentes espacios que ayudan a definir los dos momentos temporales en los que se desarrolla la trama, si bien el principal, que representa lo que parece ser una sala de descanso en una fábrica, queda demasiado alejado del público, y algo perdido en el espacio de escena disponible, generando una cierta frialdad, mientras que en el proscenio se representa un pequeño pueblo con “casitas”, en tamaño maqueta, demasiado pequeñas a la vista de parte del público. Si bien hay que hacer mención al logrado efecto de la transformación de todo el conjunto en el mar, con sus olas batiendo sobre los protagonistas, durante los monólogos de ambos, consiguiendo los momentos cumbres del espectáculo.
El momento cumbre del espectáculo se consigue durante el monólogo de Una, con el escenario transformado en un mar, cuyas olas van batiendo sobre los protagonistas.
La profundidad del drama que se presenta es rotunda, especialmente por la necesidad de ambos personajes de mostrar sus heridas, sí, ambos las tienen, abusador y víctima, y en ese terreno se echa en falta algo más de emoción, en una elección que parece marcada desde la dirección. El drama, por momentos, queda congelado.
La dirección de la obra es responsabilidad de Carlota Ferrer, que ya trabajó con Irene Escolar en “El público”, programado en el Teatro de La Abadía, y algunas de sus decisiones marcan el desarrollo de la obra; unas acertadas, y como todo en la vida, otras no tanto, al menos para nuestra opinión.
Irene Escolar, apunta muy buenas maneras como actriz.
En el terreno anterior no llega a funcionar la reiteración en la cierta suciedad del espacio laboral en el que se encuentran Una y Ray, recipientes que caen aquí y allá, papeleras llenas… y una guerra, entre los protagonistas, de bolsas de plástico, cartones y otros residuos, que no aportan nada, más bien al contrario, rompiendo el ritmo de la historia. Y luego, de nuevo, lo que parece tendencia en ciertas producciones teatrales del último tiempo, la utilización de unos micrófonos que buscan diferenciar, y marcar, el tiempo pasado (aunque Una, en el presente, los utiliza para decir una contundente frase), pero que son totalmente prescindibles y condicionan el momento más emotivo del monólogo que realiza Irene Escolar, sin justificación para que la expresión de su cara no se pueda apreciar por el hecho de tener el micrófono cogido por su mano y cerca de su boca. En ese mismo momento, que reitero es la fase más emotiva del espectáculo, Una utiliza una manta para recrear la acción pasada y resulta bastante artificial que lo haga con una de los servicios de emergencia, plateada, brillante y fría, justo lo contrario que necesitaba en ese momento la historia: calor, intimidad, acogimiento…
El riesgo define este espectáculo, interesante aún con irregularidades.
Irene Escolar, de nuevo, apunta muy buenas maneras como actriz, evidentemente aún no tiene el desempeño al que llegó su abuela, Irene Gutierrez Caba, pero lo tiene todo para conseguirlo, y recordarle lo mucho que aún le queda por aprender y hacer, es la mejor aportación que éste crítico puede hacer para con ella y su carrera.
El personaje que interpreta José Luis Torrijo, es complicado, difícil, y no especialmente gustoso ponerse en su piel, pero aún con todo ello, le queda algo grande, no resulta creíble y da la sensación de estar permanente superado por su compañera en el reparto, especialmente en su inicio, muy dubitativo.
Al empezar esta crítica utilicé la palabra riesgo para referirme a este Blackbird, no es una obra fácil, y el tema que aborda tampoco. Es obligada la felicitación a Irene Escolar por su impulso para traerla hasta la cartelera teatral madrileña, así como a “El Pavón Teatro Kamikaze” por programarla en su seno. El resultado es irregular, pero interesante, la historia conecta, luego hay matices, especialmente en las elecciones de dirección realizadas, y es otra oportunidad de seguir comprobando la evolución de lo mucho que apunta esta actriz, en lo que es un paso más en su camino, que le deseamos largo y provechoso.