Azaña, una pasión española; crítica teatral
23 May 2019
Por esas cosas que tiene la historia, especialmente la historia española, hay personajes que parecen ocultos tras un velo, que no se sabe bien quien, echó sobre ellos, hasta ser poco conocidos para la sociedad en general, por no decir que casi desconocidos en sus principales detalles.
Uno de ellos, sin duda, es Manuel Azaña (1880-1940), presidente de la II República de España (1936-1939), tras ser presidente del Gobierno en dos ocasiones, primero entre 1931 y 1933, y durante unos meses de 1936, antes de sustituir a Niceto Alcalá Zamora como jefe del Estado, habiendo desempeñado también la responsabilidad de ministro de la Guerra. Quién además de político, fue jurista, periodista, pensador y escritor, reconocido con el Premio Nacional de Literatura, en 1926, con su obra “Vida de Juan Valera”, además de dotado de una rica oratoria, reconocida por propios y extraños.
“La política consiste en realizar”
Una de sus principales obras, “La velada de Benicarló”, fue llevada al teatro por José Luis Gómez en 1980, en la época en que codirigía, junto a Nuria Espert, el Centro Dramático Nacional, lo que supuso la creación de un especial vínculo entre el dramaturgo, director teatral, académico de la RAE, además de excelente actor y el personaje del último presidente de la II República; que le llevó, en 1988, a crear el espectáculo “Azaña, una pasión española” desde el CDN, recibiendo con ello el Premio Nacional de Teatro, al cual vuelve, acertadamente, cada cierto tiempo, como es el caso actual en el lo que programa en el Teatro de la Abadía, junto con “Unamuno, venceréis pero no convenceréis”, constituyéndose, entre ambos, en exponentes de dos grandes lecciones, una teatral y otra histórica.
José Luis Gómez construye este espectáculo a través de los propios textos de Manuel Azaña (seleccionados por José María de Marco), recabados de sus intervenciones en el Parlamento, de su discursos, de sus comunicaciones epistolares y de alguna entrevista, recordándonos el actor, hasta dos veces desde la escena, que quien nos habla es el propio Azaña, con sus palabras, a las cuales él, como interprete, se limita a poner su voz.
“Una cosa es la política catalana … y otra los políticos catalanes”
Aunque es evidente que José Luis Gómez pone mucho más que su voz en esta propuesta, pone su saber teatral (como dramaturgo, director y actor), su inteligencia, su sensibilidad y pone, en fin, todo su talento, dando un marco perfecto a las palabras de Azaña, desde la sencillez, creando el universo adecuado para ello, utilizando tan solo tres sillas, de las que una nunca ocupa, en acertada simbología de los otros con quienes interactúa; dotadas de una cierta vida propia, que las hacen girarse, a veces para darle la espalda y otras expectantes ante su verbo, en un ambiente que se hace denso y cargado a través del humo de los cigarrillos que de forma incesante va encendiendo, en alegoría del clima social del momento, mientras las alfombras que pisa, en su deambular por aquí y por allá (su despacho, el Parlamento, etc…), van quedando cubiertas de decenas páginas, con sus palabras escritas, quizás pendientes de ser recuperadas por la memoria de la historia, como en este alarde que realiza José Luis Gómez.
“Tengo del demonio la soberbia …y a un hombre soberbio nadie lo estorba”
Oportunísima esta nueva revisión de esta obra, quizás más contemporánea que nunca, escrita, dirigida e interpretada por José Luis Gómez, que llega a resultar fascinante por la transparencia con la que se aproxima al personaje histórico de Manuel Azaña, atrapado entre las paradojas de su pulcra teoría intelectual y las realidades de la acción política, hasta generarle frustración e incomprensión.
Una maleta, cubierta de un abrigo y un sombrero, es lo primero que se intuye sobre la escena al comenzar el espectáculo y, a su finalización, Azaña recoge esos enseres y marcha, dejando atrás de sí los papeles que recogieron sus pensamientos, que arden en una papelera, mientras retumban en nuestro recuerdo las tres palabras de su discurso más célebre: “Paz, piedad y perdón”.