Alejandro Magno
24 Jul 2016
El personaje de Alejandro Magno, que vivió hace veinticinco siglos, llega hasta las piedras del Teatro Romano de Mérida, y lo hace a través del texto escrito en el siglo XVII por Jean Racine, originalmente en versos alejandrinos, aquí en forma de prosa adaptada por Eduardo Galán y Luis Luque, con una visión centrada en la propia introspección del conquistador, que llega hasta los confines de la India sin encontrar la derrota, ni terreno que no fuera capaz de conquistar, mostrándonos al general macedonio, en ese momento, más preocupado por ser recordado como alguien justo y respetuoso de los pueblos que conquistó, que como un sátrapa guerrero regocijado con su botín. El Alejandro que se nos muestra parece moverse en las claves de un filósofo humanista.
La trama se desarrolla en el marco de la batalla del Hidaspes, mientras los reyes Poros y Táxila rivalizan por los amores de la ambiciosa princesa Axiana, y Alejandro se interesa por la hermana de éste, Cleófila, sin que ello le haga abandonar sus momentos de mayor intimidad con su fiel y querido Hefestión.
La puesta en escena que dirige Luis Luque es acertada, intentando optimizar toda la dimensión del escenario del Teatro Romano, lo cual no suele suceder habitualmente, con un buen diseño de escenografía de Mónica Borromello, hasta convertir sus extremos en brazos del rio Hidaspes, ocupados con agua natural, que dotan de sus reflejos toda la escena de acuerdo al acertado trabajo de iluminación de Daniel Guerrero. La aparición de Alejandro Magno al inicio de la obra, a lomos de “Bucéfalo”, acudiendo a los funerales de Olimpia, su madre, cabalgando sobre las aguas, mientras una brigada de ocho tambores romanos lo enmarcan, es de un efectismo muy adecuado.
El diseño de vestuario del, dos veces, nominado al Óscar, Paco Delgado, es rico y muy detallista, dotando al espectáculo de un realismo que se echa de menos en otras producciones de teatro clásico, es sencillamente perfecto, encontrando su momento culmen en la fantástica evocación de los elefantes hindúes, mediante unas originales máscaras y la danza kathak (palabra hindú de traducción: hablar).
En el apartado técnico el punto débil se debió al sonido, ya que los micrófonos hacían eco, al menos en la representación del catorce de julio.
Las interpretaciones del elenco son correctas, destacando el poso interpretativo de Amparo Pamplona, en el personaje de Olimpia, madre de Alejandro, con un papel corto en su extension, pero que sabe lucir como la actriz que es y un convincente Armando del Rio, como Hefestión, que protagoniza, en mi opinión, la mejor escena del montaje, en una noche de confidencias con Alejandro, previa a la batalla del Hidaspes. Unax Ugalde, en el papel de Táxila, muestra un exceso de contención, quizás buscado, pero que coquetea peligrosamente con cierta artificialidad; Diana Palazón, como Cleófila, y Marina San José, como Axiana, resultan creíbles, mientras Aitor Luna nos muestra un rey Poros, vigoroso y pujante, quizás hasta el exceso, en el contrapunto absoluto de Táxila. Félix Gómez en la piel del gran Alejandro realiza un trabajo adecuado, pero sin exprimirle todo lo que se podría extraer de él. Es un reparto mayoritariamente joven, con mucha presencia de actores televisivos, para cuyas carreras, hitos como este Alejandro sobre las piedras milenarias de Mérida suponen una magnifica oportunidad de experimentación y aprendizaje.
El espectáculo lo califico con un 7, óptimo en todo lo que tiene que ver con su planteamiento técnico, puesta en escena, vestuario, iluminación, etc… con la excepción del sonido; con alguna irregularidad en su desarrollo y trama, sin llegar a sorprender al espectador, que es algo que, incluso en los textos históricos, se debe exigir, y con unas interpretaciones correctas pero que, salvo en momentos concretos, no llegan a enamorar. Dicho lo cual afirmo que ha supuesto uno de los puntos álgidos de ésta 62ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2016, que debido a la crisis, supongo, ha visto recortado su presupuesto respecto a la edición de 2015, lo cual ha pasado factura y no sólo en cuanto al menor número de espectáculos.
En todo caso, siempre es un gusto saborear la belleza épica de Alejandro Magno sobre un enclave tan fantástico como el de las piedras emeritenses, personaje capaz de relativizar sus conquistas con frases tan filosóficas como: «En el universo hay mundos innumerables y yo aún, no he conquistado uno solo.»
Critica teatral publicada en @elespanolcom el 29/07/2016: http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20160727/143305669_7.html