Acreedores, crítica teatral
04 Oct 2019
¿Se ama o se posee?, ¿cuánto en la seducción tiene que ver con la obtención de un botín?, ¿se fagocita a la persona amada?… estas preguntas se deslizan permanente en los textos del autor sueco August Strindberg (1849/1912) quien plantea de forma recurrente lo que conocemos bajo la palabra “amor” como la expresión de un ejercicio de poder, declinando junto a ello verbos como dominar, condicionar o manipular.
Strindberg volcó en su obra literaria sus propias experiencias en las relaciones con sus parejas, desastrosas, tanto dentro el matrimonio, con tres divorcios y sonoros desencuentros, como fuera de él. Hasta convertir la guerra de sexos, y la lucha contra la institución del matrimonio, como un eje central de su pensamiento, llegándose a sentir atacado por el movimiento feminista, lo que finalmente generó en él una gran misoginia.
“Aunque un marido viviera más de cien años nunca podría saber nada de la verdadera existencia de su mujer. Podrá conocer el mundo, el universo, pero nunca a esa persona que convive con él” (August Strindberg)
Su texto “Acreedores”, título que que tiene que ver con la calificación que Strindberg da a las personas que se ven condicionadas y afectadas por nuestras propias decisiones, escrito en 1889, plantea una lucha psicológica a través de tres personajes, dos hombres y una mujer, en la que ellos, los varones, uno con la mente más fuerte y otro más débil, pugnan por la posesión de la dama, por sí misma fuerte, autónoma, independiente, liberal en sus formas de entender el mundo y reconocida escritora, cuyo éxito editorial condiciona a su actual pareja, empequeñeciéndole, mientras quien fue su anterior inspiró el relato de su más afamada obra.
Los tres personajes comparten la trama en tres escenas, perfectamente planteadas en la mejor tradición de los relatos clásicos, sucediéndose planteamiento, nudo y desenlace. En la primera Adolf y Gustaf charlan, en una conversación inicialmente casual que va subiendo en intensidad, dónde un inseguro joven comparte sus sentimientos con su nuevo amigo; a continuación se serán Gustaf y Tekla quienes se reencontrarán, revelándose los perfiles de un juego de venganza emocional, servido en formato de “psico-thriller” y finalmente el desenlace presenta la tragedia en todas sus consecuencias, con un reguero de víctimas que no logrará saciar al “maquiavelo” que la tramó, porque la acción del rencor nunca alcanza a eliminar el dolor que lo generó.
“Yo solo quería hacerte daño …y lo he conseguido”
Elda García-Posada realiza la adaptación del texto, dotándole de aires contemporáneos, pero manteniendo la estructura básica del texto de Strindberg.
Andrés Rus dirige con sobriedad este montaje producido por Calibán Teatro, utilizando una escenografía que se mantiene fija a lo largo de toda la trama, representando un espacio de trabajo utilizado por el personaje de Adolf, en lo que un día fue una habitación de hotel.
José Emilio Vera construye el personaje de Gustaf de manera correcta, dotándole de las aristas de acosador psicológico, encantador cuando quiere serlo; frio, calculador y despiadado cuando el argumento se lo exige. La prestación de Chema Coloma, como Adolf, resulta más irregular, viéndose algo superado por la propia afectación de la debilidad de su propio personaje y poco convincente en la escena del desenlace final. Elda García construye una Tekla adecuada, más destacada en el momento de su irrupción inicial en la trama que en los momentos de mayor carga dramática.
“El acreedor reclama lo que es suyo”. “Siempre los acreedores terminan por hacer acto de presencia”.
Interesante propuesta la de Calibán Teatro recuperando al mejor Strindberg en un ambiente como el de la Sala Lola Membrives del Teatro Lara, un espacio contemporáneo al autor sueco que le viene como anillo al dedo a su teatro, en un proyecto que cuenta con la colaboración de la Embajada de Suecia en Madrid. No es una obra fácil, pero es puro y buen teatro, generando un carrusel de emociones que presenta algunas de las aristas de la complejidad del ser humano. Strindberg en su esencia.