De viaje con Gardel (5)

22 Sep 2017

La cordillera andina parecía querer abrazarme.

El paraje era espectacular, las viñas de la zona del Valle de Uco habían quedado atrás, sin ser consciente que el aparente, y falso, llano que estaba recorriendo, me había situado por encima de los mil doscientos metros sobre el nivel del mar, la cordillera andina parecía querer abrazarme, rodeando todo el horizonte que tenia enfrente. Mi vieja brújula era lo único a lo que podía aferrarme ante el laberinto de caminos de tierra oscura, arenosos y pedregosos, como de cauce fluvial; sin ninguna señal o indicación, que se abrían ante mí, convertidos, cada uno de ellos, en una nueva incógnita.

En un suave promontorio, en un recodo del arroyo de Los Alamos, se presentaba ante mi la imponente “Punta Negra” (4.127 metros), dejando divisar, a su derecha, dos de los tres “Picos del Amor” que custodiaban el paso hacia Chile, por Portillo. Estancia “La Maleva” estaba allí, un pequeño cartel lo indicaba, discretamente embellecido por varias plantas de lirios silvestres que lo enmarcaban.

«…unos ojos, bellos, a los que les parece faltar felicidad y sobrar nostalgia…»

Al verla recordé como me hablaba Leonardo de ella: “no es ni muy alta, ni muy baja, ni rubia, ni morena, pero la reconocerás por su movimiento, estudió “ballet” de niña, y parece desplazarse sobre las puntas de sus pies, sus manos son pequeñas y en sus párpados tiene un pequeño tic, que cada poco parecen aletear, enmarcando unos ojos, bellos, a los que siempre les parece faltar felicidad y sobrar nostalgia”.

No había duda, tenía frente a mi a Lita Luján, ya no era la mujer joven que cautivó desde los teatros de Madrid, París o Londres primero, a los de New York y Buenos Aires después, antes de, sorpresivamente, abandonar su prometedora carrera, desaparecer y transformarse en poco menos que invisible, sin dejar huellas.

Él quería que ella lo supiera…

Yo era la voz y el espíritu de Leonardo, él ya no podía hacerlo, intentó hacer el menor daño posible y, sin embargo, se aplicó a sí mismo, y a Lita, la mayor de las crueldades. Él quería que ella lo supiera, no podía reescribir el pasado, pero se lo debía…

Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso
siempre se vuelve
al primer amor.
La quieta calle donde el eco dijo:
tuya es tu vida,
tuyo es tu querer,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que, con indiferencia,
hoy me ven volver”.

…continuará…

 

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