Chicas y chicos, crítica teatral
14 Jun 2022
Sea en inglés, ‘Girls & boys‘, o en su traducción española de ‘Chicas y chicos‘, se trata de palabras utilizadas para su uso genérico, bien sean ellas o ellos, en el que se agrupa a la totalidad del género femenino y a la totalidad del genero masculino, empleo que, como en cualquier generalización, lleva al error, quizás también a la injusticia, o al menos a la falta de equidad o ecuanimidad. Cierto es que se trata, simplemente, del título de un texto que soporta una obra teatral, pero la casuística es la que es y es lícito advertir sobre ello en esta pequeña introducción.
Dennis Kelly (1970) es un reconocido dramaturgo británico, muy activo, y popular, tanto en teatro como en cine y televisión, que ha obtenido premios y reconocimientos a su obra en diversos de sus trabajos, quien, en el año 2018, estrenó ‘Girls & boys’ una obra que pone el dedo en la llaga de la violencia de género e, ítem más, en la violencia vicaria, horror máximo en el que un progenitor puede llegar a atacar a sus propios vástagos con tal de infringir sufrimiento a quien fue su pareja.
“¿Sabéis cuando folláis como si la paz mundial dependiera de ello?”
La versión española, titulada ‘Chicas y chicos‘, fue estrenada en 2019 en El Pavón Teatro Kamikaze para volver en este año 2022 a ser programada en el Teatro Quique San Francisco.
Lucía Miranda dirige a Antonia Paso (‘El médico de su honra‘, ‘Los hermanos Karamazov‘, ‘Perdona si te mato, amor‘) en este monólogo que se extiende durante más de 80 minutos, contando con dos potentes puntos fuertes en los que apoyarse, por un lado una original escenografía de Anna Tusell que recrea un espacio limpio, que evoca un laberinto, monolítico y rocoso, en el que una única silla será el escueto ‘atrezzo’, todo ello circundado por un espacio recubierto de arena, a veces terreno de juego de los hijos (Elena y Dani), en ocasiones playa y en otras metáfora de la evasión mental de la protagonista; por otro lado una excelente iluminación de Pedro Yagüe que juega estupendamente con las sombras, las luces indirectas y unas sugerentes proyecciones, consiguiendo multiplicar el efecto de lo que sucede sobre la escena. El vestuario diseñado por Adolfo Domínguez y la propia Tusell, lucido por ‘la chica’, apuesta por lo unisex, quizás aventurándose a pronosticar un futuro andrógino.
“No recuerdo en que momento se empezaron a torcer las cosas”
El texto hace un repaso por la vida de ‘Ella’, la protagonista, desde una juventud en que se comía la vida a dentelladas acompañadas de grandes sorbos, que autocalifica de “zorreo”, a través de un lenguaje algo soez y descripciones enfáticas de determinadas experiencias sexuales, con gusto por el hedonismo, hasta el momento en el que, en un aeropuerto, ‘el chico’ captó su atención tanto por el uso de los tiempos, como por su verborrea de hipnotizador de serpientes y la llamativa gestión que hizo, entonces, tanto del ‘no’ como del ‘sí’. Aquella anécdota terminó en boda y esas dos personas, ‘la chica’ y ‘el chico’, comenzaron a compartir intimidad, cotidianidad y rutina, mientras sus vidas profesionales se desarrollaron en paralelo. A más la de ella, primero ayudante de producción en el mundo cinematográfico, luego documentalista, mas tarde productora, presencia en festivales, hasta alcanzar el cenit y ser reconocida en el difícil mundo que eligió para su propia carrera. A menos la de él, empresario por cuenta propia que encuentra el éxito rápido a través de la venta de armarios de diseño, primero vendiendo entre conocidos, para rápidamente coronarse con el hito de la exportación, hasta que la crisis acabó con su nicho de mercado, decidiendo el cierre de la empresa y limitando su vida a la pantalla de un ordenador en el que pasa las horas dedicado a los videojuegos artificiales mientras su vida real se precipita.
“Por supuesto que os estoy contando una versión de la historia: la mía”
‘La chica’ percibe los cambios que está experimentando ‘el chico’, se abandona, coge peso, deja de cuidarse, etc… y su diagnosis no pasa de que ‘el chico’ tiene una amante. La separación se impone y ella vivirá con los hijos (Elena y Dani), alejada de él.
La realidad se revela aún más dura y en la media hora final se aboca un desenlace de crueldad máxima, sobre el que la protagonista nos advierte antes de entrar en él e ir desarrollándolo. La mejor fase interpretativa de monólogo sucederá en este momento, justo en el más difícil, pero es cuando Antonia Paso, la intérprete, consigue su mejor versión, medida, afectada, y dolorida, pero sin un gramo de artificio emocional.
“Así que era ésto: que necesitaba follar a alguien diferente”
El desempeño de Antonia Paso es destacado, si bien es de reseñar que va de menos a más a lo largo del monólogo, las primeras escenas con la recreación de la época de juventud y las representaciones de las interactuaciones con los hijos no son tan fluidas y de tanto nivel como la parte final en la que, definitivamente, alcanza una notable prestación.
La historia que se nos comparte es de una gran intensidad y, desgraciadamente, de alta vigencia a la vista de algunos de los contenidos que llenan los programas informativos. El día que asistimos a este espectáculo también acudió al mismo la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Victoria Rosell. En todo caso convendría, siendo consciente del problema y de la situación, alejarse de simplificaciones y respetar la complejidad de situaciones que no deben ser consideradas como generalizadas.
“Esto va de perder el control”
El montaje, con producción de ‘El Sol de York‘ es interesante y desde luego añade una oportuna, e imprescindible, reflexión.