Antonio y Cleopatra, crítica teatral
en Teatro
15 Jul 2021
Con una bella representación de rumores palaciegos, en forma de grandes sombras, comienza esta versión de Vicente Molina Foix, sobre el texto clásico de William Shakespeare inspirado en los tiempos compartidos por dos personajes casi mitológicos, como fueron Marco Antonio y Cleopatra.
“¡Basta! ¡No! El desvarío de nuestro general
sobrepasa ya toda mesura. Aquellos ojos altivos
que al desfilar sus legiones de guerreros
brillaban tal Marte armado, ahora inclinan
la devoción servil de su mirada
ante la frente de una morena. Aquel corazón
de capitán que en combates estallaba
las correas en su pecho, reniega su temple
y ahora su fuelle no es sino abanico
que aventa los deseos de esa gitana”
Ambición, deseo, política, morbo, odio, pasión, poder, envidia, fascinación, eternidad, lujuria, nobleza, resentimiento, amor, traición, erotismo, alianzas militares, egoísmo, lealtad, terrenalidad, mezquindad, trascendencia, espiritualidad, etc… son elementos que el bardo de Avon mezcla en las dosis adecuadas en esta tragedia, nada fácil de representar, creada en 1606, posterior a otras de sus grandes obras como Romeo y Julieta (1595), Hamlet (1601), Otelo (1603), El rey Lear (1604) y Macbeth (1605), en un desarrollo que evoluciona desde la comedia de los primeros actos, hasta el dramático desenlace final en el que la disyuntiva entre el deber y el placer encuentra el adecuado encaje a dos seres que son mas dioses que humanos.
Esta producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha sido estrenada dentro de la 44ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, en lo que supone toda una excepción, al programarse un texto de Shakeaspare en un entorno protegido y seguro respecto al Siglo de Oro español; desde donde puso rumbo hacia el Teatro Romano de Mérida para participar en la 67ª edición de su Festival Internacional, semanas antes de pasar a ser exhibida en el Teatro de la Comedia, de Madrid, desde el 23 de septiembre al 7 de noviembre.
“Hay veces que a Antonio le falta la grandeza propia de Antonio”
Shakespeare, en su obra, siempre suele descabalgar lo mitológico y épico de los protagonistas de sus tragedias, por más poderosos que sean, hurgando en sus limitaciones como vulgares seres humanos, para que en ellos proyectemos las nuestras, miserias incluidas, y el caso del magno espectáculo que supone “Antonio y Cleopatra”, por encima de los recuerdos que tengamos de versiones anteriores e, incluso, de las adaptaciones cinematográficas, no es una excepción, representando al triunfante militar romano aferrado a su reina egipcia más allá de las obligaciones impuestas por sus compromisos en Roma, mientras Cleopatra es capaz de declinar, como verbos, varios roles a la vez: la mujer que es, la política que su milenario reino precisa y la madre que su hijo, Cesarión, necesita.
Oportuno es recordar el enmarque temporal de los protagonistas de la tragicomedia que se nos presenta. Marco Antonio y Cleopatra encuentran la muerte en su desenlace situado en el año 30 a.c., él con 53 años (83 a.c.) y ella con 39 años (69 a.c.), en un mismo final que Cesarión (47 a.c./30 a.c.), hijo de la reina egipcia y de Julio César (100 a.c./44 a.c.).
“¿Se haría fábula, ahora que fabular se hace verdad?”
La producción que presenta la Compañía Nacional de Teatro Clásico es lujosa en su planteamiento, uniendo los nombres de Vicente Molina Foix, en la versión, Juan Carlos Plaza, en la dirección; con el propio director actual de la CNTC, Lluís Homar, encarnando a Antonio, frente a una Cleopatra recreada e interpretada por la sugerente presencia de Ana Belén, últimamente no demasiado prolija en sus apariciones teatrales.
Vicente Molina Foix sabe conjugar el verso y la prosa, resultando fluido el seguimiento y desarrollo del texto por parte del público.
“Ahora que mi señor vuelve a ser Antonio, yo seré Cleopatra”
Juan Carlos Plaza acredita su habitual maestría, si bien las escenas se suceden con un ritmo impuesto por las entradas y salidas de los personajes de una escenografía diseñada por Ricardo Sánchez Cuerda más interesante y sugerente que efectiva, compuesta por dos grandes paneles, colocados en ángulo abierto hacia la platea, que dependiendo como incida la iluminación (Javier Ruiz de Alegría) sobre ellos, hacen efecto de espejos deslustrados o de material traslucido, en los que se abren, y ocultan, puertas y ventanas, detrás de los cuales aparece, en el último acto, una estructura en forma de gran escalera, que recrea el mausoleo desde donde la reina egipcia abrirá el tiempo de su eternidad.
El Antonio enamorado y entregado a la pasión por Cleopatra es interpretado de forma acertada por Lluis Homar en las escenas iniciales de la propuesta, adecuadamente vestido con una conseguida túnica blanca que forma parte del vestuario creado por Gabriela Salaverri para esta propuesta, pero no se termina de encontrar cómodo, y fluido, en el rol de militar y gran general que fue Marco Antonio, aún demostrando su capacidad para el verso.
“A nadie gusta más la rapidez que a los negligentes”
Ana Belén brilla especialmente en la parte final, en un desempeño de gran profesionalidad en el que parece sentirse más desenvuelta sin la presencia del Antonio interpretado por Homar, su monólogo final, antes que el veneno del Nilo se extienda por sus venas para convertirse en la leyenda que la historia recoge, es uno de los puntos álgidos del montaje.
Un sólido elenco acompaña a ambos protagonistas, en el cual destaca la prestación de Ernesto Arias como ‘Enobarbo’, el doliente cercano colaborador de Antonio que termina por traicionarle, así como Rafa Castejón como ‘mensajero’ y Javier Bermejo consiguiendo una notable recreación de ‘Octavio César’, junto a Israel Frías (‘Pompeyo’), José Cobertera (‘Eros’), Elvira Cuadrupani (‘Octavia’), Carlos Martínez-Abarca (‘Dolabela’), Olga Rodríguez (‘Carmia’), Fernando Sansegundo (‘Lépido’) y Luis Rallo (‘Mardían’ y ‘Seleuco’).
“La nada es todo”
Un espectáculo diseñado con vocación de llegar a un amplio espectro de público, como bien ha demostrado la acogida recibida en las funciones ya realizadas en el Teatro Adolfo Marsillach de Almagro y el Teatro Romano de Mérida, que anticipan seis semanas de programación en el Teatro de la Comedia de Madrid a partir de septiembre.
Máximas estrellas en la composición de esta propuesta desde la dramaturgia a la interpretación, pasando por la dirección y recursos técnicos, que como cualquier obra humana incluye ciertas imperfecciones e irregularidades, pero bienvenido sea un esfuerzo magno como éste que nuestra escena siempre necesita, especialmente en tiempos como los actuales en los que se hace necesario que el gran público vuelva a ocupar los patios de butacas.