Ronejo, crítica teatral
01 Jul 2021
Enero de 2018, faltan veinte meses para que nuestras sociedades se vean asoladas por una pandemia bastante sospechosa de ser creada por la mano del hombre, chino o no chino, bautizada como Coronavirus Covid-19 y la imaginación o fantasía, visto lo visto no tanto, de Rulo Pardo parte de una historia sugerente, según la cual las grandes corporaciones mundiales, sean proveedoras de alimentos, bebidas, tecnología, servicios bancarios o cualesquiera otras necesidades humanas, inoculan unas vacunas a toda la humanidad que habita la Tierra, a través de cuyos efectos dominaran los actos y voluntad de la humanidad.
Las grandes corporaciones mundiales, sean proveedoras de alimentos, bebidas, tecnología, servicios bancarios o cualesquiera otras necesidades humanas inoculan unas vacunas a toda la humanidad que habita la Tierra, a través de cuyos efectos dominaran los actos y voluntad de la humanidad…¿les suena?.
La idea es interesante, pero no los perfiles de la propuesta, que se desarrolla a través de una especie de cómic de serie B en la que quienes toman el control de cada persona tienen forma y expresión de conejo rojo, en un guiño que busca abrirse a una pretendida forma de comedia urbana de ciencia ficción en la que la risa no aflora con la fluidez pretendida, quedando atrapada entre términos escatológicos y bromas que no terminan de funcionar, con la excepción que supone el desempeño de Carmen Ruiz, especialmente en su primera escena, para luego quedar absorbida por el efecto general, al igual que Juan Vinuesa (del que seguimos recordando su acertada prestación en Shock 1 y Shock 2, especialmente al encarnar a Milton Freeman) encargado de interpretar al ‘conejo’ que habita la mente del personaje de Eduardo Martín Felguera, de oficio prostituto y chapero, sin embargo amante y pretendiente del personaje interpretado por la única fémina del montaje, en rol asumido por el propio Rulo Pardo. Felipe G. Velez interpreta al Dr. Arthur Booth, una especie de ‘malvado de manual’, científico loco a medio camino entre la medicina y la cibernética, quien, además, es cliente asiduo de las ‘habilidades’ sexuales de Felguera, quien las convierte en su ‘modus vividendi’
“Antes érais seres libres para elegir”
De los recursos técnicos destacamos la iluminación de Marino Zabaleta, que sabe jugar con la posición de los focos para lograr resultados diferentes dentro de una misma escena, además de componer un sugerente efecto visual en el momento final, proyectando luz roja, en haces, a partir de la cabeza de Felguera.
La fusión entre humanos y robots, las nuevas razas híbridas que poblarán nuestro planeta Tierra en el futuro supone una alegoría sugerente pero el formato en el que se sirve y un guión que peca de inconsistencia, terminan por condicionar su resultado más allá de las risotadas envueltas en modernez de los previamente convencidos ante el eco y ruido generados por la propuesta, extramuros del teatro.
“Tú estás deprimido porque te aburres sin mí”
Ronejo termina por ser una gamberrada, un desvarío, un disparate o una extravagancia, con cierta falta de ritmo y sin la gracia necesaria a pesar de todo. Se busca la frescura, pero no se encuentra, salvo cuando uno de los actores protagonistas sale a avisar al público que el espectáculo ya ha finalizado, a fin de que se inicie el protolocario saludo al elenco. Cosas de estos tiempos.
Es evidente que el giro dado por Carlos Aladro, actual director de la Fundación Teatro de la Abadía y, por tanto, responsable máximo de la programación de las salas de dicho espacio, ha supuesto un cambio radical en los espectáculos que encuentran acomodo en ellas, marcando un antes y un después respecto a la gestión realizada por José Luis Gómez en los primeros veinticuatro años de vida de este bello y evocador proyecto teatral.
“Este mundo lo han construido los mediocres”
La apertura a nuevas formas de hacer, a expresiones distintas, a la experimentación, a proyectos transversales y transformadores, en suma al futuro, es de alabar, pero sin olvidar que el teatro siempre fué el nexo de unión entre creadores y espectadores, donde éstos forman el tribunal último que inviste con su aprobación al éxito, discriminando al ayuno de él. Y la delgada linea roja que separa lo uno de lo otro, es la calidad, se trate de reponer a un clásico, de teatro experimental, de deconstruir a Chéjov o de contar una historia en formato de ciencia de ficción.