El ejercicio del poder
28 Jun 2021
Un cumplidor trabajador que llevaba más de diez años en una empresa, acumulando merecida fama de eficiente, disciplinado y laborioso, fue llamado un día al despacho de su supervisor. Acudió nervioso y haciendo repaso en sus recuerdos sobre qué es lo que podría haber generado esa entrevista, tan atípica en su vida laboral, hasta preguntarse ¿en qué me he podido equivocar?.
Cuando por fin pudo llegar al momento y lugar de la cita, a pesar de sus nervios, su interlocutor le recibió con franca sonrisa, para felicitarle pues tan contentos estaban con su desempeño en la compañía, que habían decidido ascenderle, para reconocer sus méritos profesionales, y en el próximo tiempo sería el coordinador de un grupo de colaboradores a los que dirigir y ayudar a desarrollarse.
“Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder” (Abraham Lincoln)
La noticia al margen de sorprendente, suponía un refrendo para sí mismo, además de incluir una mejora salarial y alguna prebenda social, pero a pesar de todo en las siguientes noches no consiguió dormir de un tirón, si no que se desvelaba, diciéndose a si mismo, para tranquilizarse y ahuyentar la angustia, que ello solo era producto de la excitación ante el nuevo terreno a explorar.
Pronto, al paso de unos pocos meses, se percató que la que había sido su exitosa forma de trabajar hasta su ascenso, no podía seguir siéndolo hacia el futuro y que su rol ahora se debía sustentar en hacer mejores a quienes tenía en su equipo de colaboradores, optimizando su desempeño. No se trataba de ser el más trabajador, ni el más eficiente, sino de mostrar a sus dependientes cómo debían hacer, manteniendo su ánimo y predisposición en los mayores niveles posibles.
“El poder -como el amor- es de doble filo: se ejerce y se padece” (Gabriel García Márquez, en su obra ‘Noticia de un secuestro‘)
El día a día, la conjunción de los plazos corto y largo, las diferentes expectativas de cada uno de los integrantes de su equipo, los estándares y objetivos marcados por la empresa para su grupo, empezaron por complicar su gestión, acumulando las situaciones en las que un sí o un no, de su parte, tenía una serie de consecuencias que no se podían evitar, se trataba de elegir entre la decisión “menos mala”, aunque a veces se engañaba a sí mismo y terminaba por elegir la “menos dolorosa”, cuyo resultado, con alta frecuencia, solo garantizaba tranquilidad en el corto plazo, complicando la estrategia.
Al cabo de poco tiempo, desde luego mucho antes de lo que nunca pudo sospechar, ni aventurar, él mismo presentó su dimisión, tras llegar al convencimiento que una cosa era cumplir con eficiencia las ordenes recibidas, aunque fueran inconexas e, incluso, incomprensibles; y otra cosa era ejercer el poder, por pequeño y encapsulado que fuera, sin la capacidad necesaria para ello.
Hoy, en el mundo de la empresa pero también en el de la política y los medios públicos, son muchas las personas dispuestas a hacer carrera profesional asumiendo cuotas de poder para cuya gestión no están preparadas.
Hoy, en el mundo de la empresa pero también en el de la política y los medios públicos, son muchas las personas dispuestas a hacer carrera profesional asumiendo cuotas de poder para cuya gestión no están preparadas, no ya desde el punto de vista instrumental, sino desde el puro escenario de la toma de decisiones. Con frecuencia asumen dichos roles ante los signos externos vinculados a ello (mayor remuneración, gastos extras y de representación, imagen exterior, etc…), pero con ello son más infelices y, sobre todo, exponen su incapacidad ante terceros en la gestión de la autoridad de la que son depositarios.
El poder personal es la capacidad de un individuo para que algo suceda de acuerdo a su voluntad o criterio. Hay personas que, a la vista de terceros, están investidas del reconocimiento de esa capacidad o ‘autoritas’, pero ello no hace que resulten capaces del desempeño de dicha responsabilidad, especialmente ante quienes tienen que liderar.
El rasgo de poder es diferente a la autoridad.
En un sentido amplio el poder es la capacidad de hacer determinada cosa, en base al dominio, facultad e influencia de determinados individuos, bien en la generalidad, o en ámbitos concretos.
Hay personas que pueden ser reconocidas como sujetos con poder, aún sin estar revestidos de la autoridad que supone la delegación de un conjunto de competencias en una empresa o en el ámbito público, con frecuencia estos sujetos reciben el calificativo de “versos sueltos” respecto al ‘status’ establecido. También puede darse el caso de individuos investidos de autoridad, siendo carentes del rasgo de poder personal, los cuales quedan supeditados a la estructura para cualquier justificación de su desempeño.
«Aprende a gobernarte a ti mismo antes de gobernar a los otros» (Solón de Atenas)
El rasgo de poder es diferente a la autoridad. El poder se gana y lo alcanzan los líderes en base al reconocimiento a su personalidad y méritos en sus diversas actividades. La autoridad puede desempeñarse por delegación, siendo ésta una simple administración de determinadas competencias.
No todo el mundo está capacitado para ejercer el poder, hay personas que pueden ser unos excelentes subordinados en cualquier actividad, pero unos pésimos responsables de cualquier parcela de poder.
Quien ejerce el poder debe trabajar la ejemplaridad, por supuesto que se puede equivocar y lo hará en repetidas ocasiones, pero debe ser justo en sus decisiones y trabajar la equidad y equidistancia respecto a sus colaboradores quienes, constantemente, le estarán midiendo. Mano de hierro respecto la visión de lo que hacer y lo que no, pero sabiendo elegir la ocasión adecuada para usar guantes de seda.
«El hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo» (Séneca)
Decía Gabriel García Marquez, en su obra ‘Noticia de un secuestro’ que “el poder -como el amor- es de doble filo: se ejerce y se padece” y es que aunque el ejercicio del poder, a parte de ser un rasgo con el que se puede nacer, o no, que también se puede aprender a desarrollar a base de las decisiones oportunas, podría suponer un camino de espinas para quien no está preparado a su exigencia, tal como advertía Abraham Lincoln: “Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”.
En la historia de las civilizaciones cualquier hombre siempre ha buscado el poder, igual en la Grecia clásica que en el Roma imperial, en el siglo XX o en el medievo, muchas veces sin entender, como dijo Séneca hace dos mil años, que “El hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo”.
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