Othello, crítica teatral
24 May 2021
Divulgadores y científicos actuales como Jean Claude Kauffman o Nicholas Stern pronostican que en un horizonte de entre veinte y treinta años, el mundo cambiará más que en los anteriores doscientos, así que es comprensible entender que textos escritos hace cuatro siglos, aún por genios de literatura como Shakespeare, precisen de ciertas actualizaciones que los peguen más a las formas de vida contemporáneas. Pensar que las prioridades que fueron del siglo XVII son las mismas que en el siglo XXI es negar lo evidente.
El reto de la premisa anterior parece haber incubado el afán de Voadora por enmarcar la trama del Othello escrito por el bardo de Avón, en nuestra contemporaneidad identificando al protagonista como un inmigrante que llega desde los confines de ultramar hasta nuestro primer mundo, para que Desdémona primero le descubra, luego le recoja, se enamore de él y llegue a engañar a su padre para construir, a través de él, su proyecto de vida.
“No he muerto, ninguna de nosotras ha muerto. Estamos todas bien. Aun desde mi alcoba, pude escuchar a mi padre hablando con los otros hombres. El perro viejo ladrando a los chuchos de la calle. No he muerto, como tampoco murieron Ofelia, Julieta o la niña salvaje. Tan solo aguantaba la respiración el tiempo suficiente, como para pasar inadvertida”
Voadora, a través de la versión de Fernando Epelde y la creatividad ejecutora de Marta Pazos, acierta en el descaro con que se enfrenta a una de las tragedias más conocidas de Shakespeare, para convertirla en una comedia de una fuerza visual indiscutible, poniendo en el centro del argumento la islamofobia que sufre el protagonista debido a sus origines y el feminicidio que termina cometiendo, pero en el transcurso de ello intenta muchas cosas más, como el vaciado de la identidad de género en función de los genitales con los que cada persona llega al mundo.
Esta versión de Othello está teñida de bisexualidad por encima de cualquier otra orientación sexual, sucede desde una de las escenas iniciales con el personaje de Basanio padre de Desdémona (Brabancio en el texto original de Shakespeare), y se repite en dúos, como combinaciones de dos en dos, entre Yago, Rodrigo y Casio, además de en la lucha entre estos dos últimos, de la que terminan desnudos sobre el escenario. Pero la apuesta por romper los roles masculino/femenino también incluye el casting, optando que el personaje masculino de Yago, uno de los más complejos de la trama original, sea interpretado por una mujer, Ana Esmith, masculinizada en su expresión; mientras que el rol de Emilia, su esposa, sea interpretado por un hombre, Ángel Burgos, con una puesta de escena llena de ramalazo, femeninamente vestido además de con sutil bigote, quien soporta en sus hombros, y excelente recreación, la mayor responsabilidad de convertir la tragedia original en comedia en esta propuesta.
“¿A quién le importa hoy la verdad?”
Los elementos técnicos son intachables, con gran resultado y eficacia. Magnífico el espacio escénico creado por la propia directora, Marta Pazos, bien acompañado por la iluminación de Nuno Meira y la coreografía de María Cabeza de Vaca, con mención especial para la primera escena en la que irrumpe Chumo Mata recreando, bellamente, la fiereza de un animal salvaje, en el primigenio Othello que impacta a Desdémona.
El vestuario diseñado por Silvia Delagneau es acertado, especialmente, con el personaje de Emilia, además de con el de Casio (también con los de Othello y Desdémona), con margen de mejora en los que emplean Rodrigo y Yago. A destacar que la mayoría de la música que se incluye en este espectáculo es original, creada para la ocasión por Hugo Torres.
“¡Háblame en la lengua de tus propios pensamientos!”
La belleza de las imágenes que se consiguen en esta propuesta es innegable, si bien la mayor dificultad, en nuestra opinión, está en el seguimiento del texto, muy condicionado por el hecho de que la mayoría de él sea pronunciado por la Desdémona interpretada por Mari Paz Sayago, lo cual lleva a que distintos personajes hablen por su voz, mientras quienes les interpretan muevan los labios sin articular palabra.
Lo anterior se justifica en que Desdémona es quien relata lo sucedido en pasado, desde la otra vida, ya cuando no está en los mundo de los vivos, pero ello nos lleva a que, incluso, cuando está siendo ahorcada por Othello, siga relatando la trama lo cual limita la carga dramática.
“Los fantasmas no tienen sombras …solo los hombres”
Maria Paz Sayago que inicia con gran desenvoltura el espectáculo, termina por acusar un cierto cansancio, ya que se la exige interpretar a Desdémona y, además, hacer de relatora, lo cual le pasa factura a su desempeño, aún siendo una de las referencias máximas de la propuesta, junto a Ángel Burgos, tanto en su recreación de Emilia, como en el saludo inicial de la divertida bienvenida, que realiza al público al comenzar la representación, en un momento lúdico que ya anticipa que no será en clave de tragedia lo que sucederá a continuación.
Ana Esmith (Yago) y Hugo Torres (Rodrigo) no resultan lo suficientemente convincentes en sus personajes, mientras que Chumo Mata (Othello) y Joaquín Abella (Casio) ganan cuando su desempeño es a través de su expresividad corporal y movimiento.
“¿Quién no le pondría los cuernos a su marido para ser Reina?”
Momentos antes del final del espectáculo, parte del impactante cortinaje se abre para dejar ver tras de sí unas agrandes letras en dorado que forman la palabra Othello, dejando caer primero las dos ‘O’ y luego la ’T’, hasta formar el termino “hell”, cuya traducción de infierno parece querer poner el epílogo al proceso de violencia de género que esta actualización contemporánea de la obra de Shakespeare destaca.
Transgresora propuesta, con gran resultado en su parte visual y escénica, donde lo que más destacamos es el atrevimiento, no ya de la actualización de la trama, sino de la cantidad de cosas diferentes que se intentan hacer, algunas con gran resultado y otras que, en todo caso, merecen el elogio por su audacia. Para la reflexión el vaciado, intercambiable, de los roles masculino y femenino, que debería alcanzar un anexo y extensión a que nadie, en ninguna pareja de las que en el mundo son, se sienta en la posesión del otro, en ningún plano. Cada persona solo se pertenece a si misma.
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