El bar que se tragó a todos los españoles, crítica teatral
en Teatro
07 Mar 2021
Marzo del año 2021. El director en ejercicio del Centro Dramático Nacional presenta una obra en el Teatro Valle-Inclán, quizás la sala teatral mejor dotada de la ciudad de Madrid, además de ser una de las sedes del CDN. La obra es dirigida por él mismo, sobre un texto de su dramaturgia, a partir de la historia, a medio camino entre ficción y realidad, de su propio padre, un sacerdote que dejó de serlo para tener una familia.
“¡La vida es para vivirla!”
Nada que objetar a todo lo anterior, ni a las reiteraciones sobre la persona de Alfredo Sanzol, hombre de teatro de demostrada y acrisolada trayectoria, aunque, quizás, un ítem más allá de lo adecuado, en esta ocasión, para no caer en un exceso de endogamia.
El espectáculo ha sido acogido con un interés evidente, con, casi, la totalidad de las entradas disponibles agotadas y a la vista de la reacción del publico al finalizar las tres horas de duración de la propuesta, al menos en la función a la que acudió quien escribe estas líneas, podríamos decir que el éxito es innegable. Aunque si se rasca en su contenido, un poco más allá de lo evidente, podemos encontrar aristas que matizan la impresión general.
“¡La eternidad no existe, la eternidad son los hijos!”
La duración de tres horas es excesiva para la historia que se comparte. En la segunda parte del espectáculo la reiteración de escenas alrededor del Vaticano, especialmente en lo relativo a cómo se consigue la ‘dispensa’ para el cura que quiere dejar de serlo, es gratuita en exceso.
Alfredo Sanzol es el dramaturgo, creador de una obra tan redonda como “La Ternura”, absolutamente merecedora de todos los premios que recibió y de la gran aceptación que el publico la dispensó; verdadera expresión de su excelencia. En esta propuesta de título algo farragoso, y de no tan evidente significado, de “El bar que se tragó a todos los españoles”, que nos recuerda, quizás en exceso por defecto nuestro, a “Un bar bajo la arena” firmada por el anterior director del CDN, el autor parece supeditarse a buscar una risa más fácil, encontrando recovecos para que se identifiquen con el texto gran parte de los mensajes más aceptados por la sociedad de este momento vital y ello termina por hacer perder algo de frescura al texto, que se manifiesta mucho más fluido y original en la primera parte, cuando el protagonista vaga por EE.UU., en busca de sus verdaderas ambiciones personales.
“Cuando nos toca ser víctimas, nunca podemos tener la culpa»
El Sanzol dramaturgo maneja fantásticamente la cohabitación de personajes que corresponden a distintos momentos, cuya expresión máxima es la conversación de un Jorge Arizmendi joven, dialogando con su hija Nagore (ya en edad adulta). Esa capacidad de irrealidad real, como si de un cuento se tratara, es una de las cualidades esenciales del autor navarro.
Pero el talento evidente del dramaturgo, queda constreñido para dar entrada a momentos sobrantes en la trama, por gratuitos, como la tortura que recibe un obispo para conseguir su conformidad a la ‘dispensa’; igual que las dos escenas con tintes feministas, una de ellas con un exceso de “coño”, aunque ambas muy aplaudidas por la mayoría del público, pero poco creíbles para el momento vital que se relata. Se supone que los hechos suceden a mitad del siglo XX, no en la tercera década del siglo XXI.
“¡Cabrón! …¡hijo de puta!…¡me acabas de enamorar!”
La escenografía, de Alejandro Andujar, es de una gran versatilidad y de muy fácil movimiento, lo cual es de destacar, pero a fuerza de intentar demostrar ambas cualidades, innegables, termina por pecar de exceso. Que los elementos se muevan y puedan crear nuevas disposiciones debe obedecer a un para qué, y en muchas ocasiones el resultado del movimiento es excesivamente similar a su origen, al final son siempre zonas de diferentes bares lo que se ven, con hasta dos inodoros por escena, pero todo ese movimiento nunca nos llega a recrear un despacho creíble del Vaticano, por poner un ejemplo.
Francesco Carril interpreta a Jorge Arizmendi y lo hace de forma formidable, convirtiéndose en una de las señas de identidad del espectáculo, al permanecer en escena durante las tres horas de la propuesta. Gran trabajo que marca el excelente momento profesional en el que se encuentra. Junto a él, Natalia Huarte compone una creíble Carmen Robles, construyendo ambos una pareja reconocible, enamorada el uno del otro y a la inversa, a la vez que entrañable en las discusiones de su día a día.
“Lo importante no es lo que se vende, lo importante es hacer buenos negocios”
Jesús Noguero vuelve a demostrar su solvencia profesional, habiendo sabido eliminar de su prestación algunos matices de sus momentos de mayor exaltación, mientras David Lorente construye un ‘Txistorro’ que supone una inflexión dentro de los trabajos interpretativos de la propuesta; con un gran desempeño, divertido y solvente. Junto a ellos Elena Gonzalez, Nuria Mencia, Albert Ribalta, Jimmy Roca y Camila Viyuela, componen un sólido elenco actoral.
Expectación máxima ante esta producción del Centro Dramático Nacional, dirigida por su director actual, sobre un texto de su autoría en el que desarrolla una historia ficcionada sobre su propio padre, y quizás las altas expectativas es lo que mas condiciona el resultado. Hemos visto y disfrutado de trabajos más redondos de Alfredo Sanzol, pero ello no quita que esta propuesta de “El bar que se tragó a todos los españoles” merezca un destacado notable y sea un espectáculo que cualquier aficionado teatral de este momento deba no perderse, al menos para tener una propia opinión, más allá de lo que se cuente sobre ello.