Un bar bajo la arena, crítica teatral
en Teatro
18 Nov 2018
En 1978 se fundó el Centro Dramático Nacional a iniciativa de quien fue nombrado su primer director: Adolfo Marsillach, fijando su sede en el Teatro María Guerrero, de Madrid, que ya por entonces era un lugar emblemático en la historia de las tablas escénicas españolas, tanto durante la propiedad del mismo por la gran actriz de la que cogió su nombre en 1931, tras los veinte años de propiedad de aquella (1908/1928), época en la que aún era conocido como Teatro de la Princesa, como en los periodos que fue dirigido por Luis Escobar (1940/1952) o José Luis Alonso (1960/1975).
La celebración del cuarenta aniversario del CDN motivó y estimuló a su actual director, Ernesto Caballero, a proyectar un homenaje a la altura del evento, encargando a José Ramón Fernández la creación de un texto que recreara la historia de lo acaecido en este mágico teatro, dando espacio a las voces, y las palabras, de cuantos actores y personajes han recorrido sus recovecos entre bambalinas, su escenario, sus galerías, sus camerinos, su platea, sus palcos, sus entresijos y, por supuesto, su mítica cafetería, verdadero punto neurálgico del teatro español entre 1970 y 1999.
“Los personajes de las obras de ‘arriba’, venían a beber aquí abajo”
La propuesta imaginada por Ernesto Caballero, que toma forma en el espectáculo de “Un bar bajo la arena” se ha convertido en un homenaje efectivo y cierto, pero sus destinatarios hemos acabado siendo todos los aficionados al teatro que nos hemos podido reconocer en la mirada de José María, ese coleccionista de emociones vitales recordadas a través de los programas de mano acumulados con los que vaga, por los espacios del “Mari Guerri”, volviendo a poder revivir el descorrer de aquellos cortinajes rojos que daban acceso al fantástico mundo de aquella cafetería en la que te podías cruzar con María Asquerino vestida para la función o con un grupo de meritorios en el inicio de cumplir sus sueños, sin poder olvidarme, en primera persona, que fue mi padre, y su pasión por el teatro, quien me llevó hasta allí, aquella primera vez.
El acertado texto de José Ramón Fernández, la estupenda escenografía de Mónica Boromello, junto la sutil y eficaz dirección de Ernesto Caballero crean un mundo mágico, lleno de ternura, también de nostalgia y melancolía, pero que nos reconforta volviéndonos a cruzar con Aurora Redondo, Adolfo Marsillach, Fernando Delgado, José Bodalo, Andrés Mejuto, Irene Gutierrez Caba e, incluso, Antonio Buero Vallejo o Miguel Narros junto con otros que ya no están, alternando sus entradas y salidas de escena con quienes aún hacen nuestro teatro mejor, como Nuria Espert, Juan Echanove, Julieta Serrano, Mario Gas, José Luis Gómez, Juan José Otegui, Lluis Pascual o Berta Riaza, por momentos hablándonos con la naturalidad de quienes comparten un mismo espacio y en otros dando carne a personajes imborrables, desde Doña Rosita la soltera, a Don Friolera, desde Hamlet a Max Estrella, desde el Fuso Negro a Milordino, desde Sgricia a Don Latino de Híspalis, desde el General Mannon a Lopajin, desde Práxedes a Goya.
“El recuerdo es una habitación donde metemos lo que no queremos perder”
Quien nos sumerge en el mundo mágico recreado en torno a la antigua cafetería del Teatro María Guerrero es un fantástico maestro de ceremonias, que nos recibe vestido con las ropas de técnico del teatro, con todas las luces de la sala encendidas, para incidir en la realidad de la cual nosotros provenimos, hasta convertirse, al ritmo en que la intensidad de la luz se va mitigando, en Blas, el barman que atiende la barra del Mari Guerri, magníficamente recreado por Janfri Topera, en un papel en el que le recordaremos mucho tiempo.
Junto a él, otros doce intérpretes recrean otros cuarenta y nueve roles, en una sucesión emocionante de escenas, donde actores, actrices, autores teatrales y directores, comparten espacio con los propios personajes que representaron, dirigieron y crearon.
“Luego la vida se pasa en un soplo …¡y eso es trágico!”
Destacando el gran trabajo que hace Isabel Dimas al recrear a Aurora Redondo y Nuria Espert, igual que Julian Ortega como el Fuso Negro, Maribel Vitar al poner piel a una divertidisima Práxedes, Jorge Basanta como Hamlet, Juan Carlos Talavera como Don Latino y Don Friolera, incluyendo por supuesto a Pepe Viyuela que encarnando a cinco personajes da nueva muestra de que siendo un buen actor, hay ciertos papeles que le encajan más que otros, como ha pasado durante toda la historia del teatro con determinados interpretes, aquí consigue un José María que emociona y conmueve, con muy buen resultado también en los roles de Max Estrella y Buster Keaton, pero irregular como Adolfo Marsillach o en un Primo, en el cual no se reconoce a Mario Gas en su recreación.
Los mencionados y todo el resto del elenco: Luis Flor, Carmen Gutierrez, Ione Irazábal, Dani Moreno, Francisco Pacheco y Raquel Salamanca, componen en trabajo actoral compacto y homogéneo, destacable en su conjunto.
“Soy mayor …no lo parezco, pero soy mayor”
Sin duda este espectáculo de “Un bar bajo la arena” es una delicatessen que sabe construir un territorio compartido de emociones entre sus creadores, quienes lo escenifican y los espectadores, en acertada metáfora de lo que el propio teatro es, un arte efímero, en el que cada representación existiendo solo una vez, pervive para siempre en el recuerdo de los espectadores y en ese sentido este montaje es una verdadera delicia, vestido bajo la sencilla apariencia de un bocadillo de anchoas con queso, que antes de que terminemos de paladear, Janfri Topera y el resto de sus compañeros, continuan enumerando la lista interminable de quienes interpretaron nuestros recuerdos: Amparo Rivelles, Josep Maria Flotats, María Fernanda d’Ocon, José María Rodero … Pepe Sacristán, momento en el que éste saltó de entre el público, donde era un espectador más, emocionado como el resto de quienes allí estábamos.
Gran homenaje al CDN, al ‘María Guerrero’ y al Teatro con mayúsculas.