Solo creo en el fuego, crítica teatral
13 May 2018
Entramos en la sala y ellos están sobre la cama, él construyendo un relato con la ayuda de su vieja máquina de escribir, ella le acaricia, pegada a su espalda …suena “La Bohème” e invadimos su intimidad.
Ellos son Henry Miller (26/12/1891-07/06/1980) y Anaïs Nin (21/02/1903-14/01/1977), protagonistas de una relación en la que ambos fueron víctimas de la pasión con la que la vivieron, erótica, sexual, intensa, sin limites, gozosa y, a la vez, sufriente, pero además descrita a través de los relatos compuestos por las palabras de ambos, especialmente en los dos primeros volúmenes de “El Diario de Anaïs Nin”, pero también en obras de Miller, como “Trópico de Cáncer”.
“Sólo creo en el fuego. Vida Fuego. Estando yo misma en llamas enciendo a otros. Jamás muerte. Fuego y vida.” (Anaïs Nin)
Su relación se desarrolló entre 1931 y 1934, en un París convulso por la época de entreguerras y marcado por la bohemia, aunque la correspondencia epistolar entre ellos se mantuvo hasta 1953, perviviendo, a pesar de todo, el matrimonio de ella con el banquero Hugh Parker Guiler, cuya referencia aparece en este texto teatral, como Hugo.
El texto está construido a partir de las obras de los personajes protagonistas y de las cartas que se cruzaron entre ellos, con dramaturgia y dirección de sus mismos intérpretes, Ángela Palacios y Carlos Martín-Peñasco, y quizás vendría bien al ambicioso proyecto, la visión de unos ojos diferentes a los de quienes lo interpretan.
“Yo tengo amor suficiente para todos”.
El diseño escenográfico se desarrolla a partir de una pantalla sobre la que se proyectan parte de los textos de Miller y Nin, en los momentos en que son declinados por sus personajes, lo cual unido a la presencia, permanente, de la máquina de escribir entre ambos, sobre un suelo completamente cubierto de trozos de cartas y folios mecanografiados; con la original idea de dividir, en dos partes, la cama en la que gozan de su “carpe diem” particular; componiendo, todo ello, un conseguido efecto. Laura Cortés, como ayudante de dirección y Paloma Remolina, en la iluminación y sonido, colaboran en los aspectos técnicos del montaje, en el que destaca una estupenda selección musical.
En varios momentos del espectáculo los protagonistas, en sus roles de creadores del mismo, cómo Ángela y Carlos, y desde fuera de sus personajes, se salen de la trama, en sentido estricto más que metafórico, y comentan lo que va sucediendo en un tono divertido y desenfadado, con el que interactúan con el público, acreditando ambos una gran naturalidad y dotes para la comedia. Si bien el contraste de esos momentos frente a la gran carga dramática de la historia que se pretende contar, muy intensa y emocional, chirría un tanto. La ubicación de Ángela y Carlos para hacer esos comentarios sobre la historia, debería estar a la vista de todos los espectadores, sin forzar a ninguno de ellos a girarse para seguirlos visualmente.
“Ese fue el error que yo cometí, compartirte”.
En el trabajo de interpretación de los dos personajes, se percibe una química personal que se revela en la naturalidad de sus movimientos, con un punto superior para Ángela Palacios sobre Carlos Martín-Peñasco, cuya dicción debería mejorar. A la fuerte carga sensual que se plantea no es fácil ponerle carne y piel, pero ambos lo intentan en un esfuerzo encomiable.
A las personas se las cataloga por los retos que son capaces de enfrentar, y Ángela Palacios, solo unos días después de verle en Madrid protagonizar Mirta en espera, nos sorprende con este proyecto que co-protagoniza, y co-dirige, siendo también responsable de la dramaturgia junto con Martín-Peñasco, en una demostración de la versatilidad con la que quiere ser identificada. Desde luego ambición no le falta y eso es, siempre, una buena noticia.