El concierto de San Ovidio, crítica teatral
en Teatro
20 Abr 2018
Corría el segundo año de la decena de los 60’s del siglo pasado, cuando Antonio Buero Vallejo, en plena madurez tanto de su vida, como de su obra, realizó una descarnada descripción de la sociedad de aquella España, por cuyas costuras sociales afloraban los deseos de sus gentes, de igualdad, de libertad y de fraternidad, hartos de los desprecios y abusos sobre sus derechos, pero ubicando la trama en el París de 1771, poco antes del estallido de la Revolución Francesa, logrando con ello, de forma magistral, sortear los efectos de la censura sobre su obra.
¡Yo ví!, ¡yo ví! … ¡yo ví!
Muy pertinente, en estos momentos, la programación que realiza el Centro Dramático Nacional, su director Ernesto Caballero, y Mario Gas como responsable del espectáculo, enfrentando al héroe y al antihéroe, a través de los personajes de David, un hombre marcado por la limitación física de su falta de visión, pero lleno de la dignidad de la que carece su “alter ego”, Valindin, quien monta su propio negocio sobre las miserias de David y sus compañeros de hospicio, demostrando que la verdadera ceguera no afecta a un sentido físico, si no a la falta de empatía de quien provoca la dominación, el escarnio, el maltrato y el abuso, por encima del compromiso y el amor, tal como reseña Mario Gas en el programa de mano de la obra.
¿Quién es más ciego?, ¿quién no ve o quién no quiere ver?.
Los seis ciegos del hospicio de los Quince Veintes, víctimas de vejación y agravio en el texto de Buero, podrían ser hoy cualesquiera trabajadores explotados por los abusos del neoliberalismo imperante. Nunca un texto teatral fue tan vigente.
Mario Gas afronta la representación de “El concierto de San Ovidio” sin pretender inventar nada y en ello reside su mayor acierto, presentándonos la trama tal cual y sin ambages, permitiéndonos paladear y disfrutar de lo acertado de la misma, diseñada por Buero con una asombrosa perfección, a lo largo de la cual el destino sorprende a sus protagonistas, componiendo una maquinaria narrativa impecable.
“Llevo años esperando ver un hombre … pero yo no lo era y lloré como una mujer”.
Uno de los terrenos más discutibles del planteamiento del espectáculo es la opción de presentar, en video pregrabado, la escena de la recreación del concierto, con las chanzas de quienes se burlan de la impericia de los seis ciegos, con la primera aparición de Valentín de Haüy, en defensa de éstos. Ese camino es pernicioso, porque lo que se acude a ver es una representación teatral, con interpretaciones en directo.
La escenografía de Jean-Guy Lecat es más que correcta y consigue el efecto buscado, en cercana colaboración con la videoescena realizada por Álvaro de Luna y la iluminación de Felipe Ramos, destacando, de manera especial, la escena construida a base de contraluces y sombras reflejadas sobre una cortina, en la que el ciego David se enfrenta a Valindin, en una disputa donde la oscuridad iguala los recursos de uno y otro. Antonio Belart acredita su reconocida solvencia, con un vestuario que supone el mayor guiño dieciochesco al espectáculo.
“Soy un iluso, pero no soy un necio”.
Alberto Iglesias afronta el reto de interpretar al ciego David, marcado en nuestro recuerdo en la piel del formidable José María Rodero, y lo consigue de forma brillante, mostrándonos en cada escena la perspicacia y orgullo autosuficiente que su personaje encierra. Mención especial para la ternura de la que dota Lander Iglesias a Gilberto “el pajarito”, que solo abandona en el momento final de la representación, para su saludo al público, en una potente muestra de la capacidad de entrar y salir en su personaje.
Compacto trabajo de todo el grupo de ciegos, desde el cínico Nazario (Javivi Gil Valle), al viejo descreído Lucas (Ricardo Moya), el atormentado joven atacado de viruela de Donato (Aleix Peña) y el conformista Elias (Agus Ruiz). En un tono algo menor tanto José Luis Alcobendas (Valindin), como Lucia Barrado (Adriana), con correctas aportaciones de José Hervás (Jerónimo Lefranc), Jesús Berenguer (Ireneo Bernier) y Mariana Cordero (priora), completando el elenco Nuria García Ruiz (Sor Lucía /Catalina), Germán Torres (Latouche) y Pablo Duque (Dubois /violinista).
“Prefiero equivocarme a ser un artista mediocre, cuyas obras pasen”. (Antonio Buero Vallejo)
Oportuna revisión de Antonio Buero Vallejo por parte del CDN, dos años después de que se cumplieran los cien de su nacimiento (2016), un autor no suficientemente representado en nuestras tablas, que llegó a afirmar aquello de: “…prefiero equivocarme a ser un artista mediocre, cuyos obras pasen”. No se preocupe, don Antonio, que sus obras no pasan, y “El concierto de San Ovidio” que con tino ha dirigido Mario Gas, desde un respeto absoluto, es una buena prueba de ello.