23-F, todo atado y bien atado
23 Feb 2018
La noche del 23-F de 1981 la pasé vestido de militar, con mi “zeta” a mano, en el acuartelamiento de Loyola, en San Sebastián, pendiente de los transistores y observando las luces tintineantes que emanaban del despacho del coronel, que contrastaban con la oscuridad que imperaba en el resto del recinto. Simplemente era un recluta en la época de su “mili”.
En ese momento poco me podía imaginar yo, entre mi juventud de entonces y el desconocimiento real de los hechos, que todo lo ocurrido esa noche, se empezó a «cocer» bastantes meses antes, cuando los principales líderes de los partidos políticos españoles, desde la izquierda a la derecha, mesetarios y periféricos, de la oposición y del poder (con la excepción del presidente español en ejercicio entonces), frecuentaban sus viajes a EE.UU., mediante los buenos oficios del embajador estadounidense en Madrid, Terence Todman, nombrado por el demócrata Jimmy Carter en 1978 y curiosamente mantenido, hasta 1983 por el republicano Ronald Reagan, a fin de hacerles ver la importancia estratégica que la Administración norteamericana, impuesta por el ex-actor de Hollywood, daba a la política belicista de bloques de la OTAN vs. “Pacto de Varsovia”.
En 1980 era una prioridad para EE.UU. la adhesión de España a la OTAN
En el escenario anterior, era muy relevante para USA el control del Mediterráneo, considerando esencial que España formara parte de la alianza atlántica y, para ese objetivo, Adolfo Suárez se había convertido en una piedra en el camino, por sus reticencias; todo ello en el marco de unos hitos que se fueron sucediendo con pocos meses de diferencia, como el golpe de Estado de Turquia (septiembre/1980), la anexión de Grecia al mando militar de la NATO (noviembre/1980), el tratado militar USA/Marruecos (enero/1981) o el golpe de Estado en Mauritania (marzo/1981).
Estados Unidos supo hacerse escuchar, incluyendo en sus argumentos las adecuadas contraprestaciones, y desde el líder del principal partido de la oposición, Felipe González, el mundo de las finanzas y la banca (a través de José María López de Letona), el empresariado de la mano de Carlos Ferrer Salat, e, incluso, el Rey de España, se alinearon a sus tesis.
Aquella era una España dolorida y afectada ante las consecuencias del terrorismo de ETA, por entonces en sus niveles más altos, con más de cien muertos en 1980, con un ratio demoledor de una víctima mortal cada sesenta horas, lo cual, también alineó a una gran parte del ejército en la idea de virar la inercia tomada por el Estado, en algunos cuarteles al influjo del modelo de Pavía o Primo de Rivera, y en otros bajo la metáfora de “cambiar el sistema desde dentro” rememorando a Charles de Gaulle en Francia, coincidiendo ambas sensibilidades en el objetivo de la modificación del titulo octavo de la Constitución, sobre el modelo territorial, tras la aprobación de los estatutos de autonomía del País Vasco y Cataluña, consiguiendo sus presidencias las fuerzas nacionalistas a través de Carlos Garaikoetxea (PNV) y Jordi Pujol (CiU), ambos en 1980.
«Cambiar el sistema desde dentro»
Ademas la economía tenia disparada la inflación en términos de dos dígitos, exactamente al 15%, y los tipos de interés se situaban en el entorno del 17%.
La vieja piel de toro de uno los paises más antiguos de Europa, se convirtió en una retahíla de cenáculos en los que las capas dirigentes y de la oligarquía, pasaron de hacer pronósticos sobre “Juanito el breve” a personificar en Adolfo Suárez el problema a superar. El golpe (23-F), si lo hubo, no fue de Estado, fue de Gobierno.
En aquel entorno, quien fue preceptor de Juan Carlos de Borbón en su juventud, y primer secretario de la Casa del Rey (1976/1977), Alfonso Armada, hasta su cese por la incomodidad del presidente del Gobierno con él, fue nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejercito Español el cuatro de febrero de 1981, pocos días después de que Adolfo Suárez presentara su dimisión y en una decisión que no le fue consultada a éste, por su ministro de Defensa, Agustín Rodriguez-Sahagún.
«Las autonomías no constituyen una solución para España.» (Tarradellas)
Pero las “casualidades» no acabaron ahí, pues en esos momentos tan trascendentales, con el foco de los USA puesto en España y el ruido de varios, y diversos, “golpes” atronando de sur a norte, y de este a oeste, de la península ibérica, los servicios secretos españoles estaban sin jefe, tras la dimisión de Gerardo Mariñas, lo cual hizo que el 23-F el CESID estuviera dirigido por un responsable en funciones, como el teniente coronel Javier Calderón Fernández (quién en 1996 sería nombrado director del centro, por designación del PP) con el apoyo del comandante José Luis Cortina, compañero de promoción en la academia militar de Juan Carlos de Borbón.
En la edición de “El País” del 14 de marzo de 1980 se informaba sobre una entrevista concedida por Josep Tarradellas al semanario portugués “O Tempo” en las que manifestaba: “las autonomías no constituyen una solución para España” y defendía, en relación al problema vasco, “un tipo de negociaciones como las que el general De Gaulle sostuvo con los argelinos”.
El tres de enero de 1981, Alfonso Armada visitó al Rey de España en su residencia de Baqueira-Beret, en una reunión que se alargó hasta la madrugada, y durante el propio mes de febrero, solo días antes del 23-F, el ex-preceptor del monarca visitó a éste en la Zarzuela hasta en ocho ocasiones, que constan en los registros de Palacio, número que fueron superadas por las realizadas al Jefe de Estado, en ese mismo periodo, por su compañero de academia militar, el comandante José Luis Cortina, las cuales trufó con entrevistas con el embajador estadounidense, Todman, y al nuncio pontificio, monseñor Innocenti.
El golpe (23-F), si lo hubo, no fue de Estado, fue de Gobierno.
Antonio Tejero fue reclutado para protagonizar el acto desencadenante de los hechos previstos, solo unos pocos días antes del 23-F, pero su posicionamiento, no dejando acceder a Alfonso Armada al salón de plenos del Congreso de los diputados para proponer sus medidas de excepción, nominándose a si mismo como presidente de un gobierno del que formarían parte Felipe Gonzalez, Manuel Fraga y Luis María Ansón, entre otros, desencadenó que el mensaje del Rey, a todos los españoles, se emitiera por TVE, a las 01h14’ de la madrugada, solo unos minutos después del abandono de Armada de Las Cortes, no sin antes realizar una “discreta” llamada telefónica, dando cuenta del fracaso de su gestión; todo ello siete horas después de la ocupación del Congreso y casi cuatro horas después de finalizada la presencia militar en RTVE.
En el margen temporal entre la salida de Armada del Congreso y la emisión del mensaje del Jefe de Estado por TVE, Juan Carlos I llamó a Jaime Milans del Bosch, ordenándole la retirada de la tropas de las calles, lo cual aceptó sin ningún problema, todo ello reforzado con un telex, del monarca, en el que se incluía el texto de “después de este mensaje, ya no puedo volverme atrás”.
Lo más sorprendente de los hechos ocurridos aquel 23-F, es que se sigan considerando secreto de Estado las grabaciones telefónicas realizadas en aquellas horas. Mientras continúen sin ser públicas y desclasificadas nuestra democracia no será plena, sino tutelada.
«Después de este mensaje, ya no puedo volverme atrás”.
En el libro escrito por Pilar Urbano, titulado “La gran desmemoria”, se rememoran varias conversaciones entre Juan Carlos I y Adolfo Suárez, en las semanas previas al 23-F, entre las que destaca la siguiente, sobrando los comentarios sobre ella:
‘…Suárez espeta al Rey: «Hablemos claro, señor, yo no estoy en el cargo de presidente porque me haya puesto ahí su Majestad». A lo que le contesta: «Lo que no es normal, por muy legítimo que sea, es que yo diga blanco y tú negro. Las cosas han llegado a un punto en que cada vez coincidimos en menos temas», expresa don Juan Carlos.
El cruce de reproches crece en grados. «Me temo que empezamos a dar la impresión de dos jefaturas que en lo importante discrepan», dice Suárez. Y recuerda al Rey que es presidente por las urnas, en las que obtuvo 6.280.000 votos ( en 1979). “Tú estás aquí porque te ha puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos… Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si Otan sí u Otan no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar.’
«…uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar.»
La frase pronunciada por Francisco Franco, quien designó a Juan Carlos de Borbón como su sucesor, a título de Rey, de “Todo atado y bien atado”, encaja como anillo al dedo en los sucesos del 23-F, seguramente no sucedió lo que estaba previsto que sucediera, pero los imponderables fueron administrados y toda la oligarquía, políticos de unos partidos y otros (nacionales y autonómicos), banca, empresarios y, por supuesto, la comunidad internacional, supieron sacar ventaja y constituir el Estado que ha llegado hasta nosotros, aunque ya no seamos quienes fuimos hace casi cuarenta años, pero sí siendo conscientes que las consecuencias del “entente cordiale” que se instauró ese 23-F, entre silencios y complicidades, está en el origen de la crisis que sufrimos hoy.
“…puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. (Abraham Lincoln)
Artículo publicado en @elespanolcom el 23/02/2018 en estas dos entregas: 23-F, todo atado y bien atado (1) y 23-F, todo atado y bien atado (2)